He conocido casos sangrantes de personas cercanas a mi círculo afectivo
que determinan con claridad en que país vivimos. Aquí se acusa con gravedad a
alguien sin aportar pruebas que le den consistencia a la veracidad de la
acusación. Más bien ocurre todo lo contrario: el destinatario del envenado
dardo tendrá que demostrar su inocencia. Esto forma parte de la idiosincrasia
de este complejo país nuestro y, parece ser, que existe poco interés en que las
cosas cambien. Si eres capaz de argumentar que conoces un solo caso de denuncia
falsa en la perversa y malvada violencia de género, te tacharán de
“corporativista” y cómplice de los asesinos maltratadores. Conocí la historia
de un buen amigo al que le hicieron pasar en vida la inmisericorde infamia en toda su perversa dimensión (llegó
incluso hasta intentar suicidarse). Los que bien lo conocíamos no dábamos
crédito a las denuncias de su esposa y sabíamos que las mismas eran un claro
exponente del mal de los celos. Al final, cuando ya la honra de este hombre
estaba perdida para siempre, su “compañera” reconoció que no había un gramo de
verdad en sus acusaciones. ¿Y ahora qué? Luchemos sin cuartel contra todos
aquellos que maltratan a las mujeres pero que no paguen inocentes por
culpables. Una mañana mientras me afeitaba le escuché en la Cadena Ser un comentario a
Soledad Gallego Díaz. Venía a decir que
todos los hombres debíamos asumir de una vez por todas nuestra parte de culpa
en el maltrato a las mujeres. ¿Todos los
hombres por el hecho de serlo somos iguales? ¿Cada hombre es en potencia un
maltratador pasado, presente o futuro? En fin es un tema tan escabroso que
seguir argumentado me resulta tan inútil como cansino. Seguimos en este país
condenando sin pruebas en muchos asuntos a la espera de que las aporte el
afectado. Duele en el alma como unos miserables matan cada día a mujeres
inocentes. Creen que les pertenecen y son de su absoluta propiedad. Son los
residuos de un sistema machista que durante muchos años relegó el papel de las
mujeres a ser meras marionetas en manos de los hombres. Muchos peleamos para que
este estado de cosas cambiara y las mujeres quedaran equiparadas con los hombres
en derechos y deberes. Pero que no se obvie que la perversidad humana no tiene
sexo. Guerra sin cuartel a todos los maltratadores y que sobre ellos caiga todo
el peso de la Ley. El refranero español tiene
algunos refranes llenos de irracionalidad. Uno de los más conocidos dice:”Cuando
el río suena agua lleva”. ¿Y si el agua
la han puesto otros para que nos ahoguemos en ella? Todo, absolutamente todo, es digno de ser
profundizado.
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