Me visita Manuel Vallejo a través de la magia de mi ordenador y me
canta unas Alegrías que empiezan diciendo: “Se
que te llamas María y por apellío Rosa, vale más tu dulce nombre que el Pilar
de Zaragoza”. Es una esplendida noche de mayo de esas que te cuesta trabajo
desconectarte del Reino de los despiertos y “meterte en el sobre”. Le acompaña
a la guitarra al ninguneado y olvidado Genio de la calle Padilla don Ramón
Montoya. Me pongo a cavilar sobre Manuel Vallejo y el olvido al que se
encuentra inmerso por parte de “nuestras” autoridades. Viene esta noche a mi
encuentro la memoria sentimental enredada en tres flamencos y vallejistas de
verdadero postín: mi padre, mi compadre Manolo Centeno y mi amigo de
sentimientos flamencos compartidos Pepe Blas Vega. Tres sentidas y dolorosas
ausencias que esta noche del mayo florido vienen a mi encuentro enredados entre
los retazos de la memoria sentimental.
Mi padre y Manolo Centeno eran grandes amigos de Vallejo y compartieron
con él muchas noches interminables de cante y vino. Pepe Blas Vega, desde los
Madriles, estudió de manera exhaustiva su vida y su obra para dejar testimonio
irrefutable de lo que representó Manuel Vallejo en el Cante Flamenco. A lo
largo de mi vida he formado parte de tres comisiones para reivindicar la figura
del cantaor de San Marcos. Intentamos
sin mucho éxito que la Ciudad
en sus esferas oficiales y culturales honrara su memoria con un monumento en la Alameda sevillana (siempre
fui partidario de situarlo en la
Plaza de San Marcos). Todos fueron capotazos y engañifas por
parte de nuestras autoridades locales y autonómicas. Solo consiguió Manolo
Centeno, siendo Concejal de Cultura del Ayuntamiento sevillano José Luis Ortiz
Nuevo, que rotularan una calle con el nombre de Vallejo en el extrarradio de la Ciudad. Por no tener no tiene ni un
modesto azulejo en la Plaza
de San Lorenzo donde le cantó inmortales saetas al Señor de Sevilla. Queda, eso si, su Cante que el paso del
tiempo no ha hecho más que engrandecer.
Junto con Paco Palacios “El Pali” configuran dos de los sevillanos
populares más ilustres que ni tienen monumento ni parece que lo tendrán nunca.
Esta tierra nuestra es así y tratar de cambiarla se nos presenta tarea tan compleja
como inútil. Con los años ya te quedan pocas ganas de gastar energías y tiempo
en los despachos enmoquetados. Hace ya algunos años que desistí de emprender o
colaborar en tareas quijotescas flamencas.
Manuel Vallejo no era gitano, tampoco nació en Triana, en su familia no
existía ningún antecedente flamenco y, en definitiva, no era más que el hijo de
un pescaero de la Plaza
de la Feria que
vino al mundo en la calle Padilla. Con esos antecedentes poco futuro podía
tener en la Historia
oficial del Flamenco. Pero, eso si, en la memoria sentimental de los buenos
aficionados Manuel Vallejo siempre será inmortal. Y eso, queridos amigos, es lo verdaderamente
importante. “Donde yo te conocí / se que se llama la Alhambra / y si a mi
alcance estuviera / allí me iría a vivir
contigo de compañera”.
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