Afortunadamente estoy convencido de que no he hecho nada en mi vida por
lo que tenga que ser considerado y reconocido públicamente y, lo más
importante, los demás tampoco lo creen. Eso está bien. Vivimos una época donde
los homenajes se suceden de manera continua y permanente. Eso si, casi siempre
a “toro pasado” y envueltos en el halo del oportunismo político, social o
cultural. Unas veces en vida y otras, las que más, cuando el homenajeado ya
forma parte de los eternos ausentes. No existe nadie en la vida política
española contemporánea que como Adolfo Suárez fuera más atacado y vilipendiado
durante su gestión pública. Fue “machacado” por los suyos y también por los
ajenos. ¿Tan torpes eran que entonces no vieron sus grandes méritos? Recibía
“balas” desde todas las trincheras y tuvo que sortearlas a la par que se
engullía a diario sapos y culebras de todo tipo. A su muerte la Sociedad española en su
conjunto (salvo algunos descerebrados de corte nacionalista radical) glosó sus
grandes méritos y lo situó en el Olimpo de los Dioses de los grandes, muy
grandes, políticos europeos. ¡A buenas horas mangas verdes! Si uno en vida hace lo que le manda su
conciencia y actúa acorde con sus principios, ¿qué mas homenaje que la satisfacción
del deber cumplido? Por un claro sentido del pudor y una timidez patológica
nunca aceptaría ningún tipo de homenaje y/o distinción. Tampoco, evidentemente,
me darán ninguno. Si me dieran algún
Premio (cosa que dudo) lo agradecería desde la distancia y si te dan algún
dinero lo repartiría entre gente que quiero y que lo están pasando de regular
para abajo. Existen futuribles en el campo de los homenajes y distinciones que
incluso se postulan para ello. En un ejercicio de vanidad encubierta se duelen
de porqué a otros si y a ellos, todavía, no.
Hay sindicalistas que estuvieron en la cárcel y a los que hoy, los
herederos de los que los metieron presos, no paran de homenajearlos. A buen
entendedor pocos sumarios bastan. Allá
cada uno con su ego y al que Dios se la de (la medalla) que San Pedro se la
imponga y conserve. La vanidad buscando la inútil trascendencia.
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