Acudo hace unos días al Tanatorio SE-30 a dar el pésame a una
persona que aprecio por servicial y buena gente. Es mucho decir que sea un
amigo pero si alguien bondadoso y del que siempre puedo disponer en cuantas
cosas le requiero. Es un buen vecino de los que hacen cómoda la convivencia del
día a día. Falleció su madre a una edad muy avanzada y allí estaban sus cuatro
hijos con sus correspondientes esposas y vástagos. Me llamó la atención que
estaban diseminados formando cuatro grupos ajenos unos a otros. Eran cuatro
montoncitos de seres humanos cada uno a su bola. Según me comenta este buen
hombre no solamente no se hablan entre ellos sino que se tiran matar. Tuve que
ir solo sin conocer a nadie dándoles el pésame grupo por grupo. Aquello era como preguntarle a un chino a que
hora cierra la tienda. Una situación de las más surrealistas con las que me he enfrentado.
Tenía que presentarme y a renglón seguido darle el pésame a gente que no
conocía por la perdida de una persona a
la que tampoco conocía. La cosa más o menos era así: “Hola, buenas tardes. No
tengo el gusto de conoceros. Soy vecino de vuestro hermano Paco (que por cierto
dice que aquí no se acerca ni loco). No conocía a vuestra madre, suegra o
abuela, y tampoco a vosotros, pero os doy mi más sincero pésame”. Esto es un claro exponente de la época que
nos ha tocado vivir donde, a todos los niveles, todo el mundo se tiene
declarada la guerra. Evidentemente me “escapé”
de allí antes de que empezara el sepelio pues no me hubiera extrañado que el
mismo lo hubieran celebrado en cuatro fases. Me imagino que la pobre mujer que
allí estaban despidiendo lo pasaría en vida francamente mal ante tanta
desavenencia familiar. Al próximo
velatorio que asista (espero que tarde bastante) de alguien que no conozca en
profundidad le preguntaré previamente si tiene hermanos y que tal se llevan
entre ellos. Parece ser que lo que ahora más se lleva es…. ni juntos ni tampoco
revueltos.
A lo que hemos llegado, Juan Luis. La vida en los corrales era distinta, allí era familia todo el mundo y se sentían las alegrías y las penas de los vecinos como propias. Hoy, efectivamente, hemos aislado a los nuestros y que nadie nos venga a molestar. Ni en los entierros. Saludos. José Luis Tirado.
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