“Pueda yo siempre conservar una
sonrisa de alegría,
reconociendo eternamente mis
versos;
pues aquí y ahora, firmo por el alma y por el cuerpo,
y pongo ante ellos mi
nombre”
- Walt Whitman -
Miss Esther era una señora (prefería que le llamasen señorita)
norteamericana guapa y culta a más no poder. Se quedó viuda de un millonario
colombiano del que, a pesar de sus millones, siempre habló muy bien. No
tuvieron hijos y ambos pasaban largas temporadas en Sevilla de la que estaban
fervientemente enamorados (no existe nada más sevillano que un foráneo prendado
perdidamente de la Ciudad). Miss Esther compró al enviudar una casa en el
Barrio de Santa Cruz. En la parte alta instaló
su vivienda. Allí vivía sola sin más compañía que sus recuerdos, un gato y un
loro. En la planta baja puso una bien surtida librería de libros antiguos y de
ocasión. Allí encontramos acogida humana
y calor cultural una serie de jóvenes de ambos sexos con inquietudes
culturales, sociales y políticas. Miss
Esther ejercía sobre nosotros una poderosa y beneficiosa influencia. Siempre salíamos de allí con algún libro de
más y unos cuantos prejuicios de menos.
Dentro de la Librería
costaba desplazarse por los montones de libros diseminados por todas partes
(aunque ella sabía siempre donde encontrar el deseado). En una esquina tenía
una pequeña mesa-camilla con algunos taburetes alrededor y depositado con
exquisitez sobre la misma un juego de café de “La Cartuja”. Ella solía sentarse en una mecedora de mimbre
representándosenos como una auténtica matriarca cultural. Siempre uno de nosotros llevaba unos dulces
para la merienda y Miss Esther preparaba con esmero un café tan sabroso como
participativo. Se organizaban cada tarde tertulias pausadas e interminables
donde Miss Esther solo ponía una condición: hablar solo de Literatura, Cine o
Teatro. Ella fue la primera que me dio
para que leyera un libro de Bertrand Rusell (“Matrimonio y moral”-1929) y me
inició en la poesía de Mister William Shakespeare y de Walt Whitman. Hace unos años un amigo historiador que tuvo
acceso a los archivos de la Brigada
Política-Social de Sevilla me dijo que aquel sitio por
sospechoso estaba controlado por la Policía.
Parece ser que la gran influencia que tuvo el extinto marido
de Miss Esther en las altas esferas franquistas propició que pararan el
golpe. Fuimos cumpliendo años y la vida
nos fue separando poco a poco. Algunos, los menos, íbamos a visitarla de tarde
en tarde pero ya las cosas no eran igual.
Un día vimos aquello cerrado a perpetuidad. Conocíamos que Miss Esther padecía un galopante Alzheimer que incluso
propició en un descuido que prendiera fuego al salón de su casa. Creo que fue el cónsul de EEUU quien gestionó
su ingreso en una Residencia de la Tercera
Edad de Torremolinos. Ya nunca más supimos de Miss
Esther. Me acuerdo de ella pues hoy he
descubierto por casualidad una edición de “Hojas de Hierba” de Walt Whitman que
me regaló. Está editada por “Organización Editorial Novara” de Barcelona y en
la primera página una dedicatoria fechada en marzo de 1969 que me estremeció: “Para Juan Luis con cariño de su siempre
amiga Esther”. Los momentos
compartidos a través del afecto y la ilusión son lo único que siempre nos
mantendrán vivos cuando ya no estemos.
Vivir consiste, en definitiva, en
compartir cariño e ilusiones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario