No se explicar los motivos pero cuando se marcha Mayo siempre noto que
ha terminado un nuevo ciclo existencial sevillano. ¡Todo lo bello ha terminado
tan recientemente! Por esta tierra el
panteísmo se nutre de lo efímero y lo transforma en verdades eternas. Lo telúrico aquí se sustenta atrapado
amorosamente entre la belleza, la tradición y la fe. Mayo se enhebra sujeto con
alamares por entre los olivares del Aljarafe. Se despide de nosotros de manera
luminosa y nos deja resguardados por las sombras de las callejas ante el largo
y calido verano. Llegarán tiempos de desbandadas y ausencias temporales. Los
amaneceres de sol radiante y las noches de plenilunio marcarán la frontera que
nos introduce en la quietud de las cosas. Unos pisarán la orilla de los mares
soñando con la Ciudad
y otros pisarán el abrasador asfalto soñando con las olas de los mares. Mayo se nutre de lo vivido para arrojarnos en
brazos de un nuevo tiempo por vivir. Sevilla siempre se mueve en círculos concéntricos
para que toda vuelva siempre al punto de partida. La luz por el interior del
Salvador se volverá más nítida y trasparente.
Los jardines del Alcázar serán levemente acariciados por la brisa de la
mañana y adormecidos por la luna mora. Se va Mayo con la promesa, siempre
cumplida, de que un día de nuevo volverá. Nosotros, en este intervalo, nos
quedaremos soñando con la eterna primavera sevillana. No es una despedida
triste pues en el talle lleva prendido goterones de cera, albero maestrante,
lunares al vuelo y arena de los caminos. Luminosa despedida donde mi hija y mi
nieta cumplen nuevas primaveras y yo cumplo ilusiones renovadas. Cantaba Sal
Marina… “Mayo vino a mi ventana y se
fue”. La luz, su luz, nos atrapó
para enredarnos amorosamente en el dulce y tierno abrazo de los momentos
vividos. La vida plasmada en las macetas
de un balcón sevillano. Tan simple y, a la vez, tan hermoso.
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