Reconozco sin complejos mis muchas limitaciones y mis carencias en
cuestiones relacionadas con el arte y la vida. Soy torpe por naturaleza y
asumirlo sin complejos me resulta relativamente fácil. Hace ya bastante tiempo que desistí de
desentrañar y analizar los comportamientos de los seres humanos (algunos menos
humanos que otros). Estos últimos años he aprendido a gestionar en positivo mi
vida y estoy encantado –con perdón- de haber podido finalmente descubrir que me
gustaría ser de mayor. Cada día me aburre más la gente y me relaciono a nivel
afectivo con quienes son capaces de dar en la misma proporción que reciben.
Créanme si les digo que esto en la actualidad no resulta nada fácil. Estamos
atrapados en una Sociedad de cartón piedra donde los fantoches y figurones
campan a sus anchas. La
Cultura y el Arte llenan una buena parte de mi tiempo libre
que, afortunadamente, ahora es bastante. Una de las cosas que he recuperado con
los años es el placer de escuchar a diario Música Clásica. Cada día descubro a nuevos compositores e
interpretes y sinceramente es algo sumamente placentero. He descubierto con
gozo que hay vida fuera de los tres grandes Genios: Mozart, Beethoven y
Bach. Justo es reconocer que en ellos
depositó Dios las partituras del alma, la naturaleza y la vida. Mozart
representa sin ambages los sonidos de la Gloria. Beethoven
es la arrolladora fuerza de la
Tierra. Bach simboliza los murmullos del Alma. Gloria, Tierra y Alma como elementos
fundamentales para entender a los humanos en sus planteamientos filosóficos y
su discurrir por los senderos de la vida en busca de la –su- verdad. Hace ya algunos años que un amigo, Profesor de
Conservatorio, me recomendó fervientemente que escuchara a Gustav Mahler. Me
aclaró, acertadamente, que al principio me costaría atrapar su música pero que
luego sería ella la que me atraparía a mí para siempre. Sabía que Mahler, eso
si, era el compositor de cabecera de Alfonso Guerra. Mi “romance” con Mahler ya se me representa
eterno por la intensidad que desprende su música. Es un proceso de introspección donde
intelectual y espiritualmente se cumplen todas mis expectativas sonoras. Nadie
con un mínimo de sensibilidad debía morirse sin escuchar su Sinfonía Nº 5. La armonía fluye en cada nota y consigue de
manera sincronizada que el alma se serene. Todo el arco melódico discurre sin
sobresaltos y la música emerge lentamente como la fina lluvia de un día otoñal.
Fue la Sinfonía
que eligió Luchino Visconti como banda sonora para su inmortal película “Muerte
en Venecia”. Escuchar a Mahler liberado del yugo de los avatares cotidianos es
como establecer un dialogo con Dios y la Madre Naturaleza. Todo sea en
aras del redimir a los humanos de la barbarie.
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