La vida de las personas siempre las he comparados con las Estaciones
del año. Hasta los veinticinco años de edad vivimos instalados pletóricos de
ilusiones y proyectos de futuro en un largo y calido Verano. A partir de esa
edad y hasta los cuarenta nos instalamos en la eterna Primavera que,
desgraciadamente, siempre termina por no ser eterna. Después en plena madurez
nos llegará el Otoño de las hojas caídas y las ventanas empañadas por el frío
exterior. Al final será el temido Invierno quien dictará su última y definitiva
sentencia. Buscamos desde la cuna el calor del afecto y al final será siempre
el frío inmisericorde quien terminará ganando la batalla. Si todo discurre sin
sobresaltos que alteren el orden de las cosas la hoja de ruta de los seres
humanos será nacer, crecer, madurar, envejecer y morir. Pasan los años de una
manera vertiginosa y nos van llenando nuestro saco existencial de gozos y
penas. Creo que a esto le llaman experiencia. Hace muy pocos días decíamos aquello
tan manido de: “Año nuevo vida nueva” como si esto fuera posible. La vida nunca
es nueva; siempre es vieja por ser acumuladora de tiempo vivido y gastado.
Vivir consiste en gastar tiempo entre cosas que nos gustan y otras que aunque
resultan poco placenteras son necesarias. Obligaciones, responsabilidades,
aficiones, amoríos, desengaños, afectos, logros, frustraciones, metas,
objetivos….harán que los días –los nuestros- se llenen de dosis de vida
gastada. Aquellos que tenemos la suerte de ser grandes lectores sabemos que
podemos saborear de manera cercana muchas vidas y muchas situaciones que nos
harán crecer como personas y ser más felices. Leemos, vamos al cine o al
teatro, escuchamos música y asistimos a exposiciones para nutrirnos de
vivencias que a la postre nos corporativizan a través del talento ajeno. Ser
plenamente feliz es una tarea complicada. Intentar serlo es el mayor objetivo
que debe perseguir el ser humano. No una felicidad bucólica y netamente
individualista sino pragmática y solidaria. Ser feliz no implica ser tonto. Somos
únicos e intransferibles por nuestra propia condición humana y, a la vez, parte
ineludible de un todo. Siempre que leo un libro que me deja plenamente
satisfecho pienso en cuantas miles de personas habrán sentido la misma
sensación al leerlo. Nos emocionamos con una película o un tema musical y
formamos parte sentimental de un amplio núcleo de personas de distintas
latitudes. Amamos y nos aman sin saber la fecha de caducidad de los ciclos de
la vida. Cada vez que realizo la
Estación de Penitencia con mi Hermandad de Pasión observo en
los dulces preámbulos a muchas personas de las que conozco tan solo a una
minima parte. Pero soy consciente de que formamos parte de un sentir colectivo donde
se funde lo sentimental, lo espiritual y lo corporativo. Salimos a la calle enfundados en una tunica
de ruán y nos sentimos protegidos por Ellos (las imágenes de nuestras
devociones) y por nosotros mismos. Una sensación tribal de Hermandad donde
nadie nunca se sentirá definitivamente solo. Cuando, en soledad, vuelves a tu
casa llevas una agradable sensación de cansancio y de haber sido participe de
un acto donde ha primado la solidaridad colectiva. Gastamos los días sin llegar
nunca a comprender que son ellos quienes terminan gastándonos a nosotros. Los días gastados como ejemplo rotundo de que
un día formamos parte de esto que se llama la vida.
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