lunes, 12 de enero de 2015

Los días gastados





La vida de las personas siempre las he comparados con las Estaciones del año. Hasta los veinticinco años de edad vivimos instalados pletóricos de ilusiones y proyectos de futuro en un largo y calido Verano. A partir de esa edad y hasta los cuarenta nos instalamos en la eterna Primavera que, desgraciadamente, siempre termina por no ser eterna. Después en plena madurez nos llegará el Otoño de las hojas caídas y las ventanas empañadas por el frío exterior. Al final será el temido Invierno quien dictará su última y definitiva sentencia. Buscamos desde la cuna el calor del afecto y al final será siempre el frío inmisericorde quien terminará ganando la batalla. Si todo discurre sin sobresaltos que alteren el orden de las cosas la hoja de ruta de los seres humanos será nacer, crecer, madurar, envejecer y morir. Pasan los años de una manera vertiginosa y nos van llenando nuestro saco existencial de gozos y penas. Creo que a esto le llaman experiencia. Hace muy pocos días decíamos aquello tan manido de: “Año nuevo vida nueva” como si esto fuera posible. La vida nunca es nueva; siempre es vieja por ser acumuladora de tiempo vivido y gastado. Vivir consiste en gastar tiempo entre cosas que nos gustan y otras que aunque resultan poco placenteras son necesarias. Obligaciones, responsabilidades, aficiones, amoríos, desengaños, afectos, logros, frustraciones, metas, objetivos….harán que los días –los nuestros- se llenen de dosis de vida gastada. Aquellos que tenemos la suerte de ser grandes lectores sabemos que podemos saborear de manera cercana muchas vidas y muchas situaciones que nos harán crecer como personas y ser más felices. Leemos, vamos al cine o al teatro, escuchamos música y asistimos a exposiciones para nutrirnos de vivencias que a la postre nos corporativizan a través del talento ajeno. Ser plenamente feliz es una tarea complicada. Intentar serlo es el mayor objetivo que debe perseguir el ser humano. No una felicidad bucólica y netamente individualista sino pragmática y solidaria. Ser feliz no implica ser tonto. Somos únicos e intransferibles por nuestra propia condición humana y, a la vez, parte ineludible de un todo. Siempre que leo un libro que me deja plenamente satisfecho pienso en cuantas miles de personas habrán sentido la misma sensación al leerlo. Nos emocionamos con una película o un tema musical y formamos parte sentimental de un amplio núcleo de personas de distintas latitudes. Amamos y nos aman sin saber la fecha de caducidad de los ciclos de la vida. Cada vez que realizo la Estación de Penitencia con mi Hermandad de Pasión observo en los dulces preámbulos a muchas personas de las que conozco tan solo a una minima parte. Pero soy consciente de que formamos parte de un sentir colectivo donde se funde lo sentimental, lo espiritual y lo corporativo.  Salimos a la calle enfundados en una tunica de ruán y nos sentimos protegidos por Ellos (las imágenes de nuestras devociones) y por nosotros mismos. Una sensación tribal de Hermandad donde nadie nunca se sentirá definitivamente solo. Cuando, en soledad, vuelves a tu casa llevas una agradable sensación de cansancio y de haber sido participe de un acto donde ha primado la solidaridad colectiva. Gastamos los días sin llegar nunca a comprender que son ellos quienes terminan gastándonos a nosotros.  Los días gastados como ejemplo rotundo de que un día formamos parte de esto que se llama la vida.

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