Existen obviedades que a pesar de clamar en el desierto conviene
recordarlas con la vana esperanza de que dejen de serlo. Recordemos por obvio que España es un país con una Democracia totalmente consolidada e
integrado -para lo bueno y lo malo- en la vieja y mercantilizada Europa.
La gente vota cuando así se lo requieren en absoluta libertad y todas
las formaciones políticas que se presentan a las Elecciones aceptan las reglas
del juego democrático. Por tanto todas las opciones políticas son validas.
Evidentemente cada persona tendrá sus preferencias y votará de acuerdo con su
manera de pensar y sentir. Observo, más
bien con sorpresa que con inquietud, como en esta Ciudad donde transcurren mis días y mis noches existen personas que
se resisten a cualquier clase de cambio (político, social, corporativo y/o
cultural). Oponen a los nacionalismos periféricos un nacionalismo español
ultramontano y si les fuera posible declararían ilegales a las nuevas fuerzas
políticas emergentes. No se enteran que estamos dentro de la segunda década del
siglo XXI y que vivimos inmersos en
unas nuevas coordenadas sociales donde el renovarse o morir se hace una verdad
insoslayable. Quieren seguir mandando y controlando las vidas ajenas a través
de apellidos rimbombantes o de caducos árboles genealógicos nobiliarios.
No es una cuestión de principios sino más bien de finales para los que
nunca están preparados. En el ámbito
local algunas de nuestras hermandades son un claro ejemplo de resistencia
numantina a cualquier atisbo de apertura generacional. Siempre crearon una
interesada dimensión del Mesías para
adaptarlo a sus inconfesados intereses.
Se les llena la boca a la hora de hablar de “su” Hermandad y cuando ven
peligrar sus privilegiadas posiciones se defienden como gatos panza
arriba. No se trata de adulterar las
profundas tradiciones que le dan sentido a nuestra nobleza más ancestral sino
más bien de adaptarlas a los nuevos tiempos.
Quieren seguir manteniendo a capa y espada el “Santiago y cierra España” cuando ya las puertas del campo ni
siquiera existen. Obviedades que nunca están de más recordar de vez en
cuando. Que se terminen enterando ya es
otra cuestión. Por si acaso conviene no
hacerse muchas ilusiones. Entre renovarse o morir (civilmente) casi siempre
terminan eligiendo lo segundo.
Juan Luis Franco – Viernes Día 13 de Mayo del 2016
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