El orden natural del ciclo de la existencia humana es nacer, crecer,
madurar, envejecer, enfermar y morir. Cuando ese orden se ve alterado aparece
la tragedia y la vida se endurece hasta límites insospechados. En bastantes ocasiones
la Justicia divina se muestra caprichosa y con
bastantes similitudes a la Justicia de los
hombres. He visto como la vida ha tratado a patadas a excelentes personas y
también como canallas integrales morían placidamente de viejos en habitaciones
privadas de clínicas para gentes muy pudientes.
Lo de quien la hace la paga en no pocas ocasiones se queda como un
latiguillo que el tiempo deja en el aire. Una vez tuve que asistir al entierro
del hijo de un amigo mío. Fue una de las peores experiencias que me ha tocado
vivir. Este pobre muchacho rondaba los treinta y cinco años de edad y pasó un
auténtico calvario antes de fallecer. Doy fe de que padre e hijo eran dos de
las mejores personas que he conocido en mi vida. La Justicia
divina en casos como este podemos decir que se mostró cualquier cosa menos
justa. No fue Justicia y mucho menos divina. Soy un hombre creyente pero,
afortunadamente, enmarañado en no pocas dudas existenciales. Adjudicar al Dios Padre cuanto de bueno vemos a nuestro alrededor y culpar a Lucifer de todos los males y
perversidades de este mundo es de un supino infantilismo. Recuerdo que en mi infancia nos metían en el
cuerpo (y sobre todo en el alma) el miedo a un Dios todopoderoso e implacable y al fuego de los infiernos (salvo a
la gente adinerada que con una hipócrita confesión semanal y un jugoso donativo
conseguían salvarse en un futuro de las llamas). Los años te enseñan que a Dios, como a cualquier buen padre, no se
le teme sino que se le quiere, respeta y adora. Tenemos al libre albedrío para
transitar por la senda del bien o del mal y el fantasma de las circunstancias
agazapado por las esquinas. Debemos
buscar a Dios con los ojos del alma y
también con el intelecto libre de ataduras y prejuicios. Busquemos en la Filosofía
y en la Teología fundamentos intelectuales antes que
hacerlo en una bucólica Justicia divina.
Dios se fundamenta en el buen, solidario y noble
sentido que demos a nuestra propia existencia. Ningún buen Padre renegará nunca de un buen hijo. Puede que al final sea verdad
que quien mucho te quiere mucho te hará llorar. La Justicia
divina librada en los tribunales de la pena y el gozo. Busquemos a Dios en nuestros actos y nunca con vanos
propósitos de enmiendas.
Juan Luis Franco – Miércoles Día 28 de Septiembre del 2016
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