viernes, 16 de diciembre de 2016

Vidas paralelas



Don Pascual era un sacerdote de setenta años de edad de los cuales llevaba cuarenta ejerciendo de  párroco en un pequeño pueblo de la Castilla profunda con poco más de tres mil habitantes. Un hombre cultísimo, bondadoso, respetuoso y poco o nada proclive al sectarismo. Un don Camilo en versión castellana. Sus misas de doce domingueras tenían fama en la comarca por las homilías que pronunciaba. El lleno estaba siempre asegurado y la gente salía con la sensación de en verdad haber escuchado la palabra del Hijo de Dios. Cada vez que el Arzobispado planteaba, por problemas de edad, la necesidad de jubilar a don Pascual se armaba un gran revuelo popular que de facto hacía que el tema se archivara.  Fermín era un viejo socialista de sesenta y ocho años de edad fiel seguidor de la doctrina del verdadero Pablo Iglesias.  Llevaba de alcalde en el pueblo treinta y seis años y los vecinos, aparte de votarlo siempre de manera abrumadora, no estaban dispuestos a permitir que no se presentase en cada nueva convocatoria electoral. Dos vidas paralelas enmarcadas en la ancha Castilla de Quijotes justicieros y de Sanchos de sabiduría popular. Ambos se profesaban un gran respeto y, ambos, miraban la vida desde ópticas diferentes. Don Pascual desde una fe verdadera donde mandaban las certezas sobre las dudas.  Fermín desde un agnosticismo fruto de muchas lecturas y donde las dudas mandaban sobre las certezas.  De lunes a viernes y de manera permanente se reunían en el Bar de Baldomero donde, acompañados de café y una copa de pacharán, jugaban cada tarde una larga partida de ajedrez mientras debatían amigablemente de lo humano y lo divino.  Una relación donde, por respeto, no se permitían el tuteo y que tenía una antigüedad en el tiempo de treinta y cinco años. Una mañana, que en el almanaque de los hombres decía que era un 22 de octubre del 2015,  don Pascual después de guardar las Sagradas Formas cerró sacristía y capilla.  En una bolsa de IKEA  guardó un tablero de ajedrez, un termo con café y una botella pequeña con pacharán. Dirigió sus pasos hacia la Tercera Planta del Hospital de la Virgen del Camino.  Allí llevaba Fermín ingresado una semana debatiéndose entre la vida y la muerte. Un cáncer en fase terminal iba a terminar con su amplia y fecunda trayectoria de alcalde. A pesar de su cansancio cuando vio entrar a don Pascual no pudo dejar de esbozar una leve y cómplice sonrisa. Los familiares de Fermín abandonaron la habitación pues sabían de sobras que aquello era cosa de dos.  Don Pascual sacó de la bolsa el tablero de ajedrez y lo depositó con cuidado en la mesa abatible de la cama.  Sirvió en sendos vasos de plástico dos buches de café y dos copitas de pacharán. Inquirió a Fermín algo que solo tenía una respuesta: ¿Bueno que, hace una partidita?  Este asintió y se incorporó a duras penas en la cama.  Don Pascual, como el que no quiere la cosa, dejó caer lo siguiente: “Por cierto, si quiere usted confesarse ahora es el momento”.  Fermín lo miró fijamente a los ojos y le respondió: “No hace falta don Pascual que cree usted que llevo haciendo cada tarde de estos últimos treinta y cinco años”. Vidas paralelas.


Juan Luis Franco – Viernes Día 16 de Diciembre del 2016


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