José María (José Mari para su círculo más íntimo)
era el menor de una saga de la alta aristocracia sevillana compuesta por cuatro
varones y una hembra. Una familia de alta alcurnia con media docena larga de
títulos nobiliarios y unos cuantos millones en las alforjas. Los hermanos
cogieron caminos bien distintos. La hembra, Rosalía,
tuvo un apasionado romance con un Capitán
de Navío que la dejó un día mientras embarcaba buscando los mares del sur.
Allí, en el muelle de Cádiz, se quedó
llorando y agitando su pañuelo blanco. Rosalía
terminó tomando los hábitos para estar más cerca de Dios y más lejos de los hombres.
Los varones (salvo José María) completaron estudios económicos,
jurídicos y empresariales llegando a ser personas de bastante relevancia en el
mundo empresarial de la Ciudad. José María (José Mari) era la oveja negra y
descarriada de la familia. Un bohemio en
la Corte y
Villa del Rey…. San Fernando. No
cogía un libro ni aunque fuera el catalogo de IKEA. Se dedicaba a vivir
intensamente la noche golfa y bohemia de la Ciudad.
En Vista Alegre, Viña Blanca o la Venta Marcelino conocían
sus andanzas y se beneficiaban de una generosidad monetaria sin freno. Su santa
y devota madre, doña Beatriz, no
ganaba para disgustos con las andanzas del pequeño de sus vástagos. Se dejó la
vida entre cuentas de rosario y suspiros ventaneros de madre afligida. En una Feria de Abril el “bueno” de José Mari alquiló
con tres compañeros de correrías un carruaje de cuatro caballos y se pasearon
por el Real vestidos de romanos. Un día en una conocida Sala de Fiestas se subió
a la plataforma donde tocaba la
Orquesta y se meó
haciendo un arco en la pista que se
encontraba atestada de gente danzando. Sus hermanos tapaban (y pagaban) sus
excesos con la esperanza de que los años lo hicieran cambiar. Ahora, cuando ya ni José María ni ninguno de nosotros somos los mismos, se ha vuelto
una persona formal a carta cabal. Lo veo pasear por el Centro y siempre nos saludamos cordialmente (mi madre estuvo
planchando en su casa muchos años). Verlo
salir de la Librería San Pablo y entrar posteriormente en la Capillita de San José me ofrece pruebas palpables
de que José María ha colgado las
botas. Hace años que cada Jueves Santo
sale de penitente en La Quinta Angustia (la
misma que le hizo pasar en vida a su santa y devota madre). Al final se demuestra que la vida es un
sorbito de champán (aunque José Mari
se bebió cientos de botellas que, por cierto, pagaban sus hermanos). ¡Que sabe nadie de la vida de nadie!
Juan Luis Franco – Lunes Día 16 de Enero del 2017
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