lunes, 16 de enero de 2017

Un sorbito de champán



José María (José Mari para su círculo más íntimo) era el menor de una saga de la alta aristocracia sevillana compuesta por cuatro varones y una hembra. Una familia de alta alcurnia con media docena larga de títulos nobiliarios y unos cuantos millones en las alforjas. Los hermanos cogieron caminos bien distintos. La hembra, Rosalía, tuvo un apasionado romance con un Capitán de Navío que la dejó un día mientras embarcaba buscando los mares del sur. Allí, en el muelle de Cádiz, se quedó llorando y agitando su pañuelo blanco. Rosalía terminó tomando los hábitos para estar más cerca de Dios y más lejos de los hombres.  Los varones (salvo José María) completaron estudios económicos, jurídicos y empresariales llegando a ser personas de bastante relevancia en el mundo empresarial de la Ciudad.  José María (José Mari) era la oveja negra y descarriada de la familia.  Un bohemio en la Corte y Villa del Rey…. San Fernando.  No cogía un libro ni aunque fuera el catalogo de IKEA.  Se dedicaba a vivir intensamente la noche golfa y bohemia de la Ciudad.  En Vista Alegre, Viña Blanca o la Venta Marcelino conocían sus andanzas y se beneficiaban de una generosidad monetaria sin freno. Su santa y devota madre, doña Beatriz, no ganaba para disgustos con las andanzas del pequeño de sus vástagos. Se dejó la vida entre cuentas de rosario y suspiros ventaneros de madre afligida. En una Feria de Abril el “bueno” de José Mari alquiló con tres compañeros de correrías un carruaje de cuatro caballos y se pasearon por el Real  vestidos de romanos.  Un día en una conocida Sala de Fiestas se subió a la plataforma donde tocaba la Orquesta y se meó haciendo un arco  en la pista que se encontraba atestada de gente danzando. Sus hermanos tapaban (y pagaban) sus excesos con la esperanza de que los años lo hicieran cambiar.  Ahora, cuando ya ni José María ni ninguno de nosotros somos los mismos, se ha vuelto una persona formal a carta cabal. Lo veo pasear por el Centro y siempre nos saludamos cordialmente (mi madre estuvo planchando en su casa muchos años).  Verlo salir de la Librería San Pablo y entrar posteriormente en la Capillita de San José me ofrece pruebas palpables de que José María ha colgado las botas. Hace años que cada Jueves Santo sale de penitente en La Quinta Angustia (la misma que le hizo pasar en vida a su santa y devota madre).  Al final se demuestra que la vida es un sorbito de champán (aunque José Mari se bebió cientos de botellas que, por cierto, pagaban sus hermanos).  ¡Que sabe nadie de la vida de nadie!


Juan Luis Franco – Lunes Día 16 de Enero del 2017


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