Marzo avanza en uno de sus
atardeceres más luminosos enredados entre luces cercanas y sombras lejanas. Las
luces de la tarde todavía se resisten a dejar paso a la penumbra de la noche. La
calle está tranquila y los pocos paseantes se mueven al compás de los deberes
cumplidos. Al fondo del salón suena en el ordenador “Someday”
cantada a dúo por Michael Bublé y Meghan Trainor y musito una oración por
la pronta recuperación de Noah, el
hijo mayor del cantante canadiense. La
vida cuando asoma su parte más negativa entre los niños nos deja a los adultos el alma sin resuello y con la fe palpitando
dudosa por las esquinas. Desde mi
terraza veo a niños ejerciendo de niños en un cercano parque infantil. Dios
sabe que cuando un niño enferma tiemblan los cimientos del templo de Jerusalén (Salomón). Un pajarillo pardo y con el pico gris se posa
en la barandilla de mi terraza desafiándome a mí y a la gravedad. No es la primera vez que lo veo revolotear
por estos contornos y quisiera creer que se sabe seguro ante mi presencia. Dado
que las palomas ya se encuentras completamente desacreditadas (ratas del aire
les llaman por Italia) nos quedan por
fortuna estos pajarillos que antes de desaparecer con la noche nos visitan al
atardecer. Ayer domingo celebramos el Día
de San José cuando ya poseo los títulos de nieto, hijo, padre y abuelo. Marzo entra en su recta final y sabiendo
lo que está por llegarnos siempre avanza henchido de ilusiones nuevas. La magia
de estar vivo en un círculo mágico que, al final, otros siempre terminan
cerrando.
Juan Luis Franco – Lunes Día 20 de Marzo del 2017
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