El pasado día 2 de Febrero se cumplieron 70 años de la gran nevada de Sevilla. La anterior nevada fue en el año 1905. Más concretamente un 22 de Febrero y un 24 de Marzo (curiosamente esta última coincidió con la Semana Santa). También nevó el 10 de Enero de 1945 pero esta fue de menor intensidad. Cuando la nevada de 1954 yo tenia 8 años de edad. Recuerdo que mi abuelo Félix nos llevó a mi hermano y a mí hasta los aledaños del Prado de San Sebastián. Quería que pudiéramos ver de cerca un hecho tan singular. Lo que más me impactó fue la gran cantidad de nieve que tenía el monumento que aquí se conoce como “El Caballo”. La única referencia que teníamos de la nieve era la de las barras que vendían en la calle Sor Ángela de la Cruz. Este hielo mitigaba en parte las altas temperaturas veraniegas de la Ciudad. Iba cada dos días y me partían la media barra en cuatro trozos que yo portaba en un cubo de zinc. Dada mi corta edad y el peso del cubo la distancia, relativamente corta, se me hacia interminable. Mi padre, mañoso donde los hubiera, había fabricado un artilugio de madera y corcho donde se colocaba la nieve troceada para enfriar los alimentos del día. Actualmente estas cosas no se entienden pero entonces se compraba las viandas para cubrir el día. Tiempos duros aquellos donde la gran nevada sirvió al menos para tenernos entretenidos y olvidar las carencias de manera momentánea. El “Sanatorio de la Goma” situado en la calle San José agotó sus existencias de botas de goma que la gente compraba para evitar resbalones. Para las madres lo desconocido siempre suponía un motivo de alto riesgo y se nos prohibió a los niños alejarnos de nuestro entorno. Pensarían que nos podíamos encontrar de frente al Yeti “El abominable Hombre de las nieves”. Los pocos coches que había aparcados parecían Iglús del Polo Norte. El Puente de San Bernardo daba la impresión de que lo habían trasladado a la estepa siberiana. Fueron dos días frenéticos y donde poder dormir se nos hacia prácticamente imposible. Los nervios por la gran nevada alteraban nuestro sosiego. En Sevilla no se hablaba de otra cosa que no fuera la nieve y la gran posibilidad de que este fenómeno pudiera repetirse. Los gatos, frioleros como ningún otro animal, se metían dentro de las cañerías de las azoteas. Los pájaros en libertad se situaban en las puertas de las jaulas para que les abrieran los pestillos de las mismas. La gran nevada se fue difuminando con las horas y nos dejó para la posteridad un ramillete de excelentes fotografías. Desde entonces la nieve en Sevilla ni está ni se le espera. Han pasado setenta años desde la gran nevada y todavía, de vez en cuando, estornuda el Caballo del Cid Campeador en la Pasarela. Teníamos dudas de si Sevilla seria más bonita con la nieve y la conclusión es que Sevilla (chovinismos habemus) está bonita de todas las formas posibles. Han pasado siete décadas y aquí seguimos esperando otra gran nevada. Ahora me tocaría a mí llevar a mis nietos a contemplarla.
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