Definitivamente y salvo honrosas y contadas ocasiones la saeta en la Semana Santa sevillana está en horas muy bajas. Desde hace algunos años se ha puesto de moda el “cantar” una saeta por penitencia. Al final esta promesa quienes la hacen realmente son los oídos de las personas cercanas que la escuchan. En los balcones de esta Ciudad de nuestros amores y desvelos se han escuchado las mejores saetas del mundo. Sonaban majestuosas y profundas las voces de Manuel Torre, La Niña de Los Peines, su hermano Tomás, Manuel Vallejo, Antonio Mairena, El Rerre de Los Palacios, El Gloria y su hermana la Pompi, Manuel Centeno, Pepe Valencia, Antoñita Moreno o La Niña de la Alfalfa. Quedan algunos saeteros y saeteras más en el tintero pero con los expuestos se da una imagen fidedigna de lo que representaba Sevilla en el mundo de la Saeta. Ya en época más reciente Sevilla contaba con dos saeteros absolutamente prodigiosos. Nos referimos a Manolo Mairena y a José de la Tomasa. Cualquier buen cantaor o cantaora que domine los estilos (palos) por Siguiriya o por Toná no tendrá ninguna dificultad en abordar con garantías una buena Saeta. Cantar desde un balcón sevillano era un privilegio que solo estaba al alcance de los grandes del Cante. No lo hacían profesionalmente (cobrando) sino que era un apéndice cantaor como homenaje jondo a las imágenes sevillanas. Con cierta antelación ya se sabia en Sevilla en qué balcón, a que hora y a que imagen le iba a cantar algún famoso cantaor y aquello se llenaba hasta las trancas. Las saetas que se cantaban desde Casa Calvillo eran antológicas y el paso del Gran Poder o La Macarena se podían llevar arriados media hora en esa sevillana esquina. Eran otros tiempos y otros sentimientos. Actualmente a los grandes cantaores no les resulta rentable cantar una saeta al relente de la noche en un balcón sevillano. Al día siguiente tienen que cumplir un contrato en un teatro de cierta enjundia y deben tener las cuerdas vocales en perfecto estado de revista. Cantar una saeta requiere un esfuerzo de una enorme intensidad. Antes se rivalizaba en quien cantaba una saeta con una mayor carga de sentimientos. Ahora, desgraciadamente, lo que más se valora es cuanto tiempo será capaz de aguantar sin respirar el saetero o la saetera. La saeta en el entramado sentimental y cultural de la Semana Santa sevillana no era un elemento accesorio. Se configuraba como la banda sonora flamenca en un claro homenaje a la Semana Santa más grande que jamás conocieron los siglos. Los tiempos cambian unas veces para bien y otras para mal. Desgraciadamente en no pocas ocasiones se llevan con ellos elementos sentimentales que no hacían más que resaltar nuestra noble condición de seres humanos. Don Antonio Machado quería que le cantaramos saetas a un cristo vivo. La saeta como un dardo de amor hacia las imágenes sevillanas que le quita clavos a los crucificados y seca las lagrimas de sus dolorosas madres. Un eco centenario que se quedó anclado en el Puerto de las Cosas Perdidas. Aunque nunca es tarde si la saeta es buena. Ni larga ni estruendosa. Lo breve si bueno dos veces bueno. Todo dependerá de aquellos y aquellas que tienen en su poder la moneda del buen Cante. Cambiarla o guardarla he ahí la cuestión. Grandeza en quienes la cantan y grandeza en quienes saben escucharla.
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