Esta época que nos ha tocado vivir se gestiona exponencialmente a través de conceptos vacíos. Se nos repite hasta la saciedad una cantinela para que por la inercia mediática la terminemos haciendo nuestra. En la política hemos pasado de “lo políticamente correcto” y “el relato” a desarrollar ahora cuestiones más económicas como son “la facturación” y “el impacto económico”. La pasada final de la Copa del Rey fue un claro ejemplo de aplicación practica de estos dos conceptos. Esta Ciudad, que siempre se entrega con tanta facilidad ante lo novedoso, sufrió (esa es la palabra sufrir) el pasado fin de semana una invasión de hinchas futboleros llegados en masa desde tierras vascas y mallorquinas. Se nos intenta convencer de manera permanente que estos eventos son sumamente beneficiosos para la Ciudad. Los beneficios están en que el gremio de Hostelería aumentará considerablemente su facturación (negándose por supuesto a la aplicación de la tasa turística) y la Ciudad tendrá como hecho positivo un fuerte impacto económico (suenan risas enlatadas). Los daños colaterales de estos eventos, donde se trata a la Ciudad como una servil y diligente camarera y a su Patrimonio como un gran meodromo, saltan a la vista. Si a la hora de evacuar la toma masiva de alcohol no respetan ni los recintos sagrados, ¿como van a respetar el Himno de todos los españoles? Ya hemos visto otra Final de Copa (esa por lo menos la ganó el Betis) donde algunos hinchas valencianos tiraban petardos a los pies de la Giralda. Dejan la Ciudad como un estercolero y es nuestra modélica y ejemplar Lipasam (que se gestiona con el dinero de los contribuyentes de la Ciudad) la que tiene que limpiar los residuos de estas fiestas balompédicas e identitarias. Con el “caso Rubiales” ya estamos empezando a conocer los laberintos económicos, con sus correspondientes mordidas, de la remodelación del Estadio de la Cartuja. Vivimos tiempos confusos donde en clave de Ciudad todo se reduce a otra mágica palabra: la visibilidad. ¿A estas alturas de la Historia hay que hacer visible a Sevilla para que la conozcan en el mundo? No nos engañemos, esto no es una cuestión de ideologías políticas y mucho menos de políticas sociales, culturales o empresariales. Esto simple y llanamente es un total entreguismo de la Ciudad por parte de quienes ni la quieren ni mucho menos la valoran. Comercian con nuestra Patrimonio; comercian con nuestra señas de identidad; comercian con nuestra vida cotidiana y, lo que es peor, tratamos a ese comercio como si la cosa no fuera con nosotros. Querer a esta Ciudad lleva (o al menos debería) implícito la imperiosa necesidad de protegerla.
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