Un empujoncito más y “Febrerillo el loco” se nos irá como había venido:
enredado entre bufandas y ropa de abrigo. Su locura consiste en su pertinaz
cajón de sastre meteorológico. Su fundamental aportación a la Ciudad es su cortedad en el
almanaque de los días y por ser la antesala de la ya cercana Primavera
sevillana. Siempre será recordado por su famoso día 23 cuando unos
descerebrados quisieron volvernos de nuevo a la disciplina cuartelera. Afortunadamente
salimos reforzados en nuestras convicciones democráticas y envainando los
sables de la sinrazón para siempre. El frió lentamente se ha ido alejando de
cuerpos y almas y todo lo que está por llegar dará pleno sentido a nuestra
existencia sevillana. Aquí siempre nos movemos entre prólogos y epílogos. El
presente se nos escapa de las manos sin que, en no pocas ocasiones, tengamos
tiempo de saborearlo plenamente. Sevilla está llena de “proyectos” que pocas
veces ven la luz y sombras que pocas veces ven las luces. Todo se justifica a
través de las “herencia recibida” y los “Digo” y “Diego” se entremezclan como
las enredaderas de los patios. Estamos a
la cabeza del Paro en un Ciudad donde, de manera vergonzosa, muchos niños pasan
hambre y muchos ancianos pasan frío. Vivimos instalados en la desvergüenza más
soez y los árboles no nos dejan ver el bosque porque ya no existen: los han
talado para construirse muebles en los despachos enmoquetados. Febrero siempre
significó un “borrón y cuenta nueva”. Un
paréntesis, corto y frío, que dentro de unos días empezará a tener su esperado
y feliz desenlace. Nos esperan los
largos atardeceres donde más que tomar la calle es ella la que, amorosamente,
nos tomará a nosotros. Se nos marcha
Febrero y las flores empezarán a brotar jubilosas para poder demostrarnos, de
manera inequívoca, que esta tierra la hizo Dios para darle sentido a la Primavera. Se repetirá, una vez
más, el ciclo sentimental de la
Ciudad: su sempiterno “borrón y cuenta nueva”.
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