Los seres humanos (me gusta más llamarlos
personas) pasan sus vidas enredados entre las devociones, las obligaciones, los
sentimientos y las pasiones. Fernando Paredes Pintadas siempre tuvo como
devociones al Sevilla FC y a la marihuana (el siempre la llamaba grifa). Las
obligaciones las cubría con su profesión de pintor de brocha gorda pero, eso
si, de los mejorcitos de toda la Ciudad. Sus
sentimientos los repartía entre su familia (con sus nietos a la cabeza) y sus
numerosos y fieles amigos. Sus pasiones se enredaban casi siempre entre las
mujeres y las canciones de su ídolo Antonio Machín. Hubo una época de bonanza
económica donde Fernando era requerido de continuo para pintar todo lo
susceptible de ser pintado. Pisos, casas, fachadas y azoteas eran sutilmente
mejorados por la insigne brocha de
Fernando. Pintor que pintas con amor…
Para hacer más llevadero los días se fumaba
un paquete de “Cheste” diario, tres porros y se bebía no menos de seis cervezas
diarias. Su afición por la “María” le vino cuando de joven hizo la mili en la Legión por tierras ceutís. Decía que bajo ningún concepto convenía
pasarse de tres porros al día por aquello de que no le creara adición. Tan solo
en una ocasión su “afición” a la yerba estuvo a punto de darle un serio
disgusto. Se dejó engatusar por dos “prendas” de la Plaza del Camello para crear
una pequeña plantación de marihuana en el Parque de los Besos Robados. La
cuestión era que dado el precio al que se estaba poniendo la “María” era mejor
buscarse recursos propios. Entre la cantidad de plantas existentes en el Parque
y la supina ignorancia floral de la gente la cosa podía funcionar sin
problemas. Todo iba bien hasta que una
mañana de domingo un perro les jodió el invento. Se adentró el animal en la
plantación y empezó a olisquear y morder algunas ramas. El resultado fue que
ante la sorpresa de propios y extraños el can, a pesar de que estábamos en
otoño, se tiró de cabeza al agua de un
estanque cercano y empezó a nadar como un poseso loco de alegría. La policía
intervino y llegó a la conclusión de que aquello les olía mal: concretamente a
yerba. Fueron detenidos los responsables de aquella plantación de “cigarritos
de la risa” y, afortunadamente, Fernando solo fue acusado de complicidad. “Una y no más” se dijo este pintor de paredes,
consumidor de boleros de don Antonio Machín y de otras sustancias más nocivas.
El
pasado sábado enterramos a Fernando tres días después de cumplir los setenta y cinco
años de edad. Allí estaba de cuerpo presente este antiguo “Novio de la Muerte” dispuesto a pelar la
pava con ella para siempre. Aquel día los almacenes de pintura y las redes del
Sánchez Pizjuán se sentirían algo más
huérfana. Los pintores mojarían al compás de boleros sus brochas en las latas
de Titanlux. El aire de la mañana se llenaría de olores a tabaco rubio y al
“verde que te quiero verde”. Todas las adiciones son malas y la de las drogas
(incluso las llamadas blandas) son dañinas y terminan esclavizando cuerpos y
almas. Pero Fernando, más que un drogadicto al uso, era un consumidor de sueños
y falsos paraísos oníricos. Tenía unas costumbres irrenunciables y siempre
decía que, sin hacerle daño a nadie, cada uno está legitimado para escribir en
primera persona el guión de su vida.
Cada hijo de vecino la vive a su
manera y al final siempre será la bondad quien gane o pierda batallas. Tenemos
la irresistible tendencia de fiscalizar la vida de los demás sin permitir que
nadie se meta en la nuestra.
Vamos poniendo etiquetas de buenos o malos
en función de nuestra manera de entender la vida y sus cosas. Cada uno es
victima y verdugo de su propia historia y siempre terminarán aflorando las
contradicciones. Fernando siempre se nos presentó como un alma candida y generosa
y mala cosa sería recordarlo tan solo por sus debilidades. Fue feliz y, lo más
importante, hizo más felices a familiares y amigos.
Dos gardenias para este niño-grande que
daba brochazos al aire a golpes de angelitos negros y cantaba goles en el antiguo Nervión. En su último día
en la tierra vimos aparecer por el Cementerio a sus dos “colegas” de plantación
portando una corona en forma de corazón. La cruzaba un lazo celeste con la
siguiente leyenda: “Las plantas del parque y sus plantadores nunca te
olvidaremos. Descansa cuanto puedas y procura volver pronto”. Su viuda no pudo
reprimir las lágrimas y alguien fruto de la nerviosera preguntó al que tenía
mas cerca: “No tendrá usted un cigarrito
por casualidad”. Desde la cercana parada
de taxis llegaron los ecos cubanos de un bolero: “No me vayas a engañar di la
verdad, di lo justo, a lo mejor yo te gusto, y quizás sea bien para los dos”. Ya
poco más, tan solo un humo gris saliendo de una chimenea para que todo vuelva a
su ser: venimos del polvo y todos, al final, terminamos convertidos en polvo.
Humo y polvo; polvo y humo como ejemplos paradigmáticos del Alfa y Omega de la
existencia humana.
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