domingo, 7 de diciembre de 2014

Felices ante la vida




Como cada jueves voy en un tren de cercanías a la bella localidad de Dos Hermanas. Es la obligada, sentida y soñada visita a mis nietos. Siempre que de nuevo los veo descubro nuevas facetas en sus personalidades que me nutren de felicidad. La misma que nos resulta imprescindible para afrontar esto que llaman el epílogo existencial. Ya se trata más bien de vivir para ver antes que de vivir para que te vean. En la Estación del Hospital Virgen del Rocío se suben al tren una pareja que debe haber superado no hace mucho los cincuenta y cinco años de edad. Van con destino a la Utrera de las inmortales Fernanda y Bernarda. Se sientan justo enfrente de mí con lo que posibilitan que camuflado en mis gafas de sol y mis auriculares pueda observarlos con todo detenimiento. Ambos van impolutos y, como diría mi madre, son bajitos de cuerpo. Rechonchos y coloraos como si los hubieran llenado con la bimba de una bicicleta. El viste un polo rosa reluciente y que parece imposible se le haya podido ajustar a su barriguita cervecera. Completa su vestimenta con un pantalón vaquero y unos mocasines azules. Ella lleva una falda vaquera, una blusa estampada y unos zapatos de medio tacón. Mientras habla animadamente con una pareja sentada justo a mi lado apoya su mano derecha en la rodilla izquierda de su marido. Este con unas gafas sujetas en la punta de la nariz intenta descifrar los misterios que se originan en su móvil. Las manos de ella son robustas y sintomáticas de haber trabajado de lo lindo y de lo feo. Lleva un par de anillos en cada mano y un reloj de pulsera de esos que más que las horas marcan los tiempos vividos. Por la vereda de su canalillo que separa un rotundo par de pechos le cuelga una medalla de la Virgen de Consolación. Mantienen un animado dialogo con sus vecinos de enfrente. El se ríe de manera entrecortada con un jeje por contraseña. Ella lo hace de manera estentórea como si la carcajada le naciera en los tobillos. Ambos tienen un sabor a pueblo en el sentido más noble del término. Gentes de verdad en una sociedad donde prevalece y manda la mentira. Se les nota contentos, felices y compenetrados y, a que dudarlo, sus vidas habrían sido cualquier cosa menos fáciles. Me conmueven por mostrarnos que la verdadera felicidad no está en el continente (las pertenencias) sino en el continente (el cariño). Me bajo en la Estación de Dos Hermanas y los dejo camino de su Utrera de amores y desvelos. Era un jueves del pasado mes de septiembre y no se que causas de la mente me han hecho recordarlos ahora que el año camina hacia su final de días, horas y momentos. Felices ante la vida.

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