Con el paso de los años el espejo de nuestro cuarto de baño se nos configura como un fiel testaferro de nuestro deambular por la Tierra de María Santísima. Un firme reflejo de nuestro inconformismo juvenil; del conformismo en la madurez y de nuestra incierta vejez que da por creer en casi nada. Si el algodón no engaña mucho menos lo hace el espejo. El tiempo pasa y con él pasamos nosotros a lomos del caballo galopante de los años. El espejo permanece inmutable y pendiente de que cara tendrá esta mañana el que cada día se le pone enfrente. A ciertas edades el verano y el espejo se nos muestran como elementos irreconciliables. Durante el invierno sales de la ducha, te secas y del tirón te pones el albornoz. En verano, después de ducharte, te acercas al espejo casi como tu madre te trajo al mundo. Mientras te afeitas ya te vas dando cuenta de que el espejo va desarrollando su implacable misión de mostrarte tu físico actual. Reconoces, sin disimular un cierto optimismo, que la cosa no te ha ido tan mal. Bien cierto es que ya cada vez va quedando menos de aquel soñador muchacho que quedaba reflejado hace unos años. Mantienes la misma talla de ropa desde hace más de treinta años. El pelo está blanqueado por las nieves del tiempo pero mantiene intacta su espesura. De momento te puedes servir la teoría del vaso medio lleno. Seguiremos avanzando mientras el espejo va anotando nuestra entradas y salidas. De los objetos caseros el espejo posiblemente sea nuestro mayor referente.
Cantaba el gran Serrat aquello de: “Mi padre se hizo viejo sin mirarse al espejo”. El mío también formaba parte de aquella luchadora generación que nunca se miraba al espejo. No lo hacía incluso ni cuando se peinaba o afeitaba. Recuerdo un día que mi hermano le preguntó: “Papá tu por qué te afeitas sin mirarte en el espejo”. La respuesta de mi padre fue antológica: “Cuando te afeitas no hay que mirar al espejo sino a la cuchilla. Es esta la que te puede cortar una oreja. Además que me va a decir el espejo que yo ya no sepa”. Cuando mi hermana empezaba a sentirse mujer se llevaba todo el santo día mirándose en el espejo. Cualquier momento del día era bueno para mirarse. Un día mi madre le dijo: “Chiquilla deja ya de mirarte en el espejo que lo vas a gastar”. No lo gastó pues el espejo nunca se gasta; terminamos gastándonos nosotros.
En las entradas de algunas capillas sacramentales suele haber un cartel metálico o de madera que dice: “El Maestro está aquí y te llama”. Allí te encuentras a la custodia litúrgica en cuyo centro siempre figura un pequeño espejo circular. Un halo de luz que refleja, a través de ese espejito, el transito entre lo humano y lo divino. El espejo como síntoma inequívoco de que allí está omnipresente el Hijo de Dios palpitando por su sangre derramada. Los espejos son mágicos y también son humanos pero algunos incluso pueden llegar a ser divinos. Todo va en función del cristal con que se miren.
El Cine y la Literatura no serian lo que son sin la fuerza magnética y expresiva de los espejos. La trama transcurre mientras que un espejo se nos presenta como un invitado de cristal. Los grandes escritores y cineastas siempre supieron sacar a los espejos de su pasividad para transformarlos en entes activos de la narrativa. El asesino que se mira con una media sonrisa burlona después de haber perpetrado su crimen.
La mocita casadera que se mira de frente y de perfil soñando que aquella tarde por fin conocerá el amor. El enorme espejo de un Salón del lejano Oeste que terminará hecho añicos durante el fragor de una pelea. El espejito donde un indio ve su rostro por primera vez y se ríe con estruendosas carcajadas. El trozo de espejo que desde una trinchera hace señales para dejar constancia de que las cosas funcionan de acuerdo con lo previsto. Ese espejito redondo que tu abuela llevaba en su bolso y que nunca conoció más vida que la del susurro y la oración fruto de la Fe más verdadera. El espejo, los espejos, como reflejos imperecederos de la vida vivida y la de la que está por vivirse. Ya nada es igual que antes y ya solo nos miramos de refilón en los volátiles espejos de los escaparates. Nos mostramos desafiantes ante los espejos de los probadores de ropa. La Inteligencia Artificial terminará con la magia de los espejos. Ya nada será igual que antes. Solo seremos capaces de ver aquello que otros quieren que veamos.
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