“Hay que hacer rápido lo que no nos corre ninguna prisa y así poder hacer lentamente lo que urge” - Proverbio chino –
Si algo distingue a esto que hemos dado en llamar la Sociedad moderna es por tener una clara tendencia a lo compulsivo. Todos tenemos siempre prisas y todo lo hacemos a “marcha forzada”. Parece ser que nada ni nadie escapa a esta forma actual de vida compulsiva. Incluso nuestro imprescindible tiempo de ocio queda enmarañado en la esclavitud de las agujas del reloj. Posiblemente descubramos demasiado tarde que no disponemos de mayor tesoro que la porción de tiempo concedido para vivir y, que por mucho correr, nunca conseguiremos que las horas tengan más de sesenta minutos. Tampoco, evidentemente, podremos ampliar en un solo segundo el tiempo que Dios o el Destino nos haya otorgado. Aparte de por claras connotaciones sentimentales y espirituales, me gusta hacer la Estación de Penitencia con mi Hermandad de Pasión por recuperar el placer del discurrir del tiempo sin la dictadura de los relojes. Sales, caminas sin prisa y con pausa por una Ciudad en todo su esplendor, y te recoges gozoso en paz con Dios, los hombres y, lo más importante, contigo mismo. No miras el reloj, porque aparte de no llevarlo encima, tampoco necesitas en ese tiempo de reflexión espiritual que los minutos se antepongan a los momentos. Todo queda eternizado por la belleza del temple de las cosas eternas e intemporales. Así debía desarrollarse la existencia humana: sales cuando tienes que salir; entras cuando tienes que entrar y, el intervalo que transcurre, lo rellenas de amor, pasión, solidaridad, bondad y temple. Uno, que por suerte o por desgracia ya tiene sus añitos, recuerda una Sevilla donde mandaba el hambre y reinaba la quietud. Hombres “mollatosos” de Tabernas y Colmaos. Mujeres hablando de “sus cosas” mientras lavaban en los lavaderos o “tomaban el fresco” a la puerta de las casas. Siempre, eso si, bajo un manto de estrellas en noches de verano y con olores a “Dama de noche”. Niños, jugando simple y llanamente a ser niños. Sin hacer apología de la miseria, demostrado queda, que un frigorífico repleto, un coche en la puerta y unas vacaciones en el extranjero no te garantizan la felicidad. Corremos como posesos en lo profesional, lo social, lo personal y lo cultural. Terminamos por creernos que somos importantes por no disponer de tiempo para dedicárselo a familiares, amigos e incluso hacia nosotros mismos. Hemos cambiado el “orteguiano” “Yo soy yo y mis circunstancias” por: “Yo soy yo y mi maldita agenda”. “A ver si me quedo más tranquilo y nos vemos un rato”; “Perdona que no me entretenga pero tengo mucha prisa”; “Oye te llamo y nos vemos para tomar una copa”……Todo enmarcado en una vida frenética que, desgraciadamente, muchas veces termina en la consulta del Psiquiatra o del Cardiólogo. Mientras, nuestros mayores viven la pena de sentirse solos y abandonados en lejanas Residencias; los niños los crían profesionales de la Educación; nuestras esposas quieren ser nuestras amantes y, nuestras amantes quieren ser nuestras esposas.
El sol y la luna salen cada día sin que nadie se digne siquiera contemplarlos. Nos vestimos ligeros y nos desnudamos despacio, y la vida se nos escapa de las manos sin sentirla siquiera. Somos, en definitiva, un implacable “Festina” unido a un cuerpo compulsivo.
El sol y la luna salen cada día sin que nadie se digne siquiera contemplarlos. Nos vestimos ligeros y nos desnudamos despacio, y la vida se nos escapa de las manos sin sentirla siquiera. Somos, en definitiva, un implacable “Festina” unido a un cuerpo compulsivo.