Esta historia de lunes de Feria solo tú y yo la conocemos. Nos pertenece y nunca nadie logrará arrebatárnosla. Tu tenias veinte abriles y yo ventidos. Tú llegabas desde Santa Catalina radiante y hermosa a rabiar, yo de San Nicolás pletórico de ilusiones, y dispuesto a zarpar desde el puerto de la esperanza por los mares de los sueños. Teníamos la moneda de la juventud en nuestros bolsillos dispuestos a gastarla en noches de luna llena, amaneceres luminosos y tardes de rumores de fuentes cantarinas. Tú eras la menor de los hijos de un maquinista de la RENFE, yo el de “en medio” de un ajustador de la Pirotecnia. Nos conocimos en noches veraniegas de azoteas y “pikús”; tinajas con sangría; olores a “dama de noche” en cines de verano y adolescentes cuerpos que palpitaban bajo el influjo musical de Adamo, el Dúo Dinámico, los Beatles, Luís Aguilé, Mina o los Shadows. Éramos insultantemente jóvenes, y sabíamos exprimir –sin ahogarnos en el empeño- cada gota del zumo de la vida y beberlo mezclado con el dulce néctar de las ilusiones. Todo se nos empezó a torcer cuando intentamos “aclarar” nuestra relación sentimental. Tú querías convertirme en tu “novio formal”, y yo no estaba dispuesto a asumir más compromiso que el que dimanaba de disfrutar en libertad mi proyecto de juventud. A la flecha que nos lanzó Cupido tú querías conservarla en un futuro junto al Libro de Familia, y yo me agaché dejándola pasar de largo. Reconozco que me rozó pero eso solo supe apreciarlo con el paso de los años. Como diría el Poeta de las Dueñas:
“Aguda espina dorada /
quien te pudiera sentir /
en el corazón clavada”.
Quedamos para “aclarar” posturas un lunes de Feria en la Caseta de la RENFE. Era cuando el ferial moraba en el Prado colindante con la Plaza de España, el Parque de María Luisa y los Jardines de Murillo. ¡Tiempos aquellos donde todavía los mercaderes y los políticos no se habían adueñado de la Feria! Corto encuentro fue aquel en el que decidimos terminar algo que ni siquiera había comenzado todavía. Nos despedimos como lo que solo llegamos a ser –buenos amigos- y decidimos seguir cada uno nuestra hoja de ruta. Un cielo de farolillos nos vio partir hacia metas distintas. Tú en busca de un “si quiero” y yo dispuesto a defender mi “libertad” por los senderos de la juventud y la vida. Curiosamente tuvo que ser en la caseta de los ferroviarios donde posiblemente dejamos escapar el tren de nuestro frustrado amor. Al poco tiempo te hiciste “novia formal” de un intimo amigo mío con el que estoy seguro habrás saboreada las mieles de la felicidad. Te llevaste a un buen hombre y posiblemente ganaste con el cambio. Donde este uno formal que se quite un pobre bohemio soñador. Los románticos solo somos capaces de acumular libros, discos y emociones.
Te he visto en muy contadas ocasiones y te he notado feliz y realizada. Me sorprendió no obstante que te costara sostenerme la mirada. No pasa nada, a mí me ocurría otro tanto. No debemos preocuparnos: es el rescoldo que siempre precede a la candela. Cuando me despedía de ti y los tuyos siempre se me venía a la mente –por mi deformación de verlo todo en clave de flamenco- aquel fandango que dice:
Amores que se han querío
y se encuentran por la calle,
o se mudan de coló
o se hacen un desaire,
por dentro sufren los dos.
Se –y me congratula- por amigos comunes que la vida te trató –y te trata- bien. Yo tampoco puedo quejarme. Pero, siempre descubrimos que al final el ejercicio de vivir consiste, fundamentalmente, en colgar en las paredes del alma aquellos momentos que nos hicieron levitar, y con los que descubrimos el paraíso en la tierra. Ya hoy, cuando la Feria del 2010 es historia y el cielo de farolillos está marchito como la juventud perdida, hago mía una canción del recientemente fallecido Luís Aguilé, cuando cantaba aquello de: “jamás podré olvidar, las noches en que te besé, esas son cosas que pasan y es el tiempo quien después dirá”.
Por ahí andamos, hoy somos felices abuelos sesentones que disfrutamos con el presente sin obviar el recordar los bellos momentos vividos o soñados. Mala cosa es caminar por esta ultima etapa terrenal –que espero sea larga y fructífera- cargando el saco de la nostalgia sobre nuestras ya gastadas espaldas. Lo importante- lo verdaderamente importante- es aquello que nos queda por vivir y experimentar. Nada de lo pasado –para lo bueno y lo malo- tiene ya posibilidad de rectificación. Vivamos con los recuerdos pero nunca de los recuerdos. Estoy seguro de que si la vida nos permitiera un retroceso en el reloj del tiempo, dándonos una segunda oportunidad, todo ocurriría exactamente igual. Tú volverías a plantearme que fuera tu novio, y yo te plantearía que fueras mi amante. No teníamos solución: a ti te educaron para terminar en el altar, y a mí para vivir entre el temple de la Solea y el ritmo frenético de la Bulería. De lo que no tengo dudas es que tus nietos –y los míos- no cambiarían a sus abuelos por ninguno del mundo. Lo nuestro duró lo que dura el efímero cielo de farolillos de la Feria. Pero créeme si te digo que para mí mereció la pena.
3 comentarios:
Ahora tambien romantico¡que vas a dejar para los demas escritores.Muy bonito el recuerdo.
¡La vida..., Juan Luis!Bonito el rosa pálido de tu historia. Aquellas ferias daban otros amores, y ya ves que amarga un poquillo, pero es hermoso.
Juan Luis, siempre te sigo, pero esta vez no podia cerrar la página sin dejarte un comentario, vaya bonita la historia, no sé si será cierta o será imaginaria pero bonita es tela marinera, un saludo.
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