Existe un más que recomendable programa en la 2 de Canal Sur, llamado “Animales en familia”. Se emite los lunes a partir de las 22 horas. Excelente su presentación, contenido y realización. Lamentablemente, como todas las propuestas televisivas de cierto interés sociológico, político o cultural, “gozará” de una exigua audiencia. A través del citado programa se nos muestra -aparte de las extraordinarias peculiaridades del mundo animal- las dos vertientes que configuran en definitiva la condición humana: la maldad y la bondad (desgraciadamente por ese orden). Queda patente a través de lo que se nos muestra que el ser humano sigue siendo el más perverso –o bondadoso- de todos los animales de la Creación. Aquí se nos aparece sin pudor las dos caras de una misma moneda: la perversión y la solidaridad. Perros que un día fueron graciosos cachorrillos regalados a tiernos infantes como regalo de Reyes, son hoy abandonados a su triste suerte en cunetas de carreteras. Ya representan en la actualidad una engorrosa molestia, además de un gasto inútil y de fácil eliminación. La culpa la tiene él por haber crecido tanto. ¡Con lo bien que se lo pasaban los niños jugando cuando todavía era un cachorro! Eficaces galgos participes en infinidad de cacerías y, que una vez se hacen viejos, son colgados de verdes olivos para evitarles (¿) el sufrimiento de ser atropellados por algún vehiculo. ¡Serán cabrones algunos de estos personajes de zurrones y escopetas! Nobles caballos viejos y cojitrancos que una vez exprimidos hasta su última gota de sudor son varados en caminos y senderos. Estos equinos no vienen de Bonanza como diría Chiquito, sino más bien proceden de la maldad y el egoísmo de algunos seres “humanos”. Recuerdo, con especial indignación, el terrible caso de un burro a los que unos muchachitos de la Logse griega –supongo que para matar el aburrimiento- le cortaron de raíz las dos orejas al pobre animal. No quedando plenamente satisfechos con su “hazaña”, le abrieron el lomo en canal a palazos limpios. Pues bien, una asociación española que se dedica a recoger y cuidar burros abandonados consiguió traerse de Grecia al maltrecho animal. Era un canto a la esperanza ver que en los ojos de este burro solo había destellos de bondad y agradecimiento. Podría decirse que en su mutilado cuerpo se reflejaban las dos variantes que mejor definen al ser humano: los palos y las caricias.
Resulta admirable la dedicación que muchas personas, utilizando su tiempo y su dinero, emplean en cuidar a estos animales abandonados a un triste destino. Formalizan en sus propias casas “hogares de acogidas”, hasta que consiguen instalarlos en el seno de personas sensibles y solidarias. Por ahí pulula un ángel llamado Concordia, que al frente de su Asociación de caballos abandonados, realiza una extraordinaria tarea de recogida, cura y mantenimiento de equinos maltrechos y heridos. Gentes como ella nos redimen en nuestra condición humana y, nos muestran sin fisuras, el camino de la solidaridad más veraz y desprendida.
Dicen, y creo que de manera acertada, que el barómetro que mide el valor cívico de una sociedad, está en el cuidado que se les presta a niños, ancianos y animales. Me temo que en nuestra Piel de Toro sacaríamos un aprobado raspado. Ayer escuchaba con estupor en algunos telediarios, que los ancianos maltratados en España por sus “cuidadores” sobrepasan los 60.000. Hablamos solamente de casos conocidos y evaluados pero: ¿cuántos más se producen sin que nunca se sepan?
Hoy, lamentablemente en más casos de los que quisiéramos, el valor que se les da a los “viejos” es el que marca el importe de sus pensiones. Un día le escuché comentar a un conocido que estaba harto de su padre (al que obligó a vender su casa para comprarse él una en la playa), ya que estaba todo el día arrastrando los pies por el piso. ¡Si será cabrón, quizás esperaba que con 92 años de edad hiciera footing por los pasillos! En fin, esto es lo que hay, como decían los añorados Tip y Coll: “la próxima semana hablaremos del Gobierno”.
Resulta admirable la dedicación que muchas personas, utilizando su tiempo y su dinero, emplean en cuidar a estos animales abandonados a un triste destino. Formalizan en sus propias casas “hogares de acogidas”, hasta que consiguen instalarlos en el seno de personas sensibles y solidarias. Por ahí pulula un ángel llamado Concordia, que al frente de su Asociación de caballos abandonados, realiza una extraordinaria tarea de recogida, cura y mantenimiento de equinos maltrechos y heridos. Gentes como ella nos redimen en nuestra condición humana y, nos muestran sin fisuras, el camino de la solidaridad más veraz y desprendida.
Dicen, y creo que de manera acertada, que el barómetro que mide el valor cívico de una sociedad, está en el cuidado que se les presta a niños, ancianos y animales. Me temo que en nuestra Piel de Toro sacaríamos un aprobado raspado. Ayer escuchaba con estupor en algunos telediarios, que los ancianos maltratados en España por sus “cuidadores” sobrepasan los 60.000. Hablamos solamente de casos conocidos y evaluados pero: ¿cuántos más se producen sin que nunca se sepan?
Hoy, lamentablemente en más casos de los que quisiéramos, el valor que se les da a los “viejos” es el que marca el importe de sus pensiones. Un día le escuché comentar a un conocido que estaba harto de su padre (al que obligó a vender su casa para comprarse él una en la playa), ya que estaba todo el día arrastrando los pies por el piso. ¡Si será cabrón, quizás esperaba que con 92 años de edad hiciera footing por los pasillos! En fin, esto es lo que hay, como decían los añorados Tip y Coll: “la próxima semana hablaremos del Gobierno”.