Desde
sus primeros años de adolescente Fermín Pérez Cubillo siempre mostró unas
grandes dotes para la inventiva. Fue un niño soñador que buscaba a través de la
imaginación formas y modos de cambiar aquello que no le gustaba. Estudió
Maestría Industrial con unas notas realmente excelentes y siendo en las clases
prácticas donde demostraba sus grandes dotes imaginativas. Para cada problema
Fermín encontraba no menos de tres soluciones. Su padre fue un mecánico multifuncional
(coches, motos, bicicletas, lavadoras, frigoríficos, aparatos de aire
acondicionado, pequeños electrodomésticos….) que conseguía reparar lo que otros
daban por imposible. En el caso de
Fermín podíamos decir por tanto que de tal palo tal astilla.
Siendo
niño siempre prefería juguetes donde poder armar castillos, barcos, casas o
fuertes donde repeler los ataques de los indios en miniatura. Era sorprendente
comprobar el tiempo record que Fermín utilizaba en el montaje de los mismos.
Causaba la admiración de propios y extraños. La cantidad de horas que pasaba en
su habitación armando y desarmando artilugios llegó a preocupar seriamente a sus
padres. Su abuela siempre decía que le
dejaran tranquilo que mejor estaba en la casa que jugando en la calle a la
pelota con un montón de golfillos. Que además en la vida hay tiempo para todo.
Fermín encontró en ella su principal aliado.
Cuando se fue haciendo mayor decía que más que
un científico de probetas, pizarras y laboratorios lo que quería ser con los
años era un inventor que solucionase los problemas cotidianos de la gente.
Tomaba apuntes de manera incesante en un par de bloc que distribuía según las
prioridades de los problemas. El bloc naranja para los que podían esperar y el
bloc negro para los más acuciantes. Cada día tomaba nuevas notas y repasaba las
anteriores.
Recién
cumplidos los dieciséis años de edad llevó a la práctica sus dos primeros
inventos. Creó unas moscas hechas con bicarbonato y que depositaba en las
pantallas de los Cines de Verano para atraer a las lagartijas que allí
permanecían. Cuando estás se comían las moscas se hinchaban y eructaban cayendo
al suelo sin posibilidad de volver a las blancas pantallas. De esa forma la
cara de Glenn Ford se libraba, ante el regocijo del personal, de tener una
lagartija merodeando por su frente. El
otro invento fue unas pinzas de tender la ropa con las puntas reforzadas de
metal. Cuando se tendían las sabanas se colocaban estas pinzas en la parte baja
de las mismas y el contrapeso impedía que las sabanas dieran con el aire dos o
tres vueltas a los cordeles. A partir de ahí ya todo fue una febril actividad
en aras de engrandecer el mundo de la inventiva. Nada se le resistía al
habilidoso Fermín y toda solución era siempre cuestión de tiempo.
Creó unas bolsas de plástico forradas de papel-aluminio para portar los
“calentitos” recién comprados sin quemarse las manos en el corto recorrido
hacia las casas. Paraguas con las varillas de mármol para que los vendavales no los mandaran a
hacer puñetas. Bunker camuflados en los apartamentos playeros para poder
esconderse de gorrones y visitas no deseadas. Perros adiestrados portando
bolsas de plástico para recoger la basura que sus dueños van dejando por la Ciudad.
Abre-fácil universal de latas con un pequeño
trompo eléctrico incorporado para taladrarlas por los filos sin que corrieran
peligro las manos del interfecto. Toallas playeras con la arena incorporada de
fábrica para utilizarlas en las piscinas municipales sin tener que añorar las
lejanas playas. Todo un arsenal de inventos que propiciara conseguir que la
vida de los demás discurriera dentro de los cauces de un mayor confort y
bienestar.
Por fin
Fermín, ya jubilado de sus tareas de profesor, padre de tres hijos y abuelo de
cuatro nietos ha conseguido la gran meta de su vida: disponer de un amplio
espacio para seguir con sus quehaceres inventivos. Le han alquilado a un precio
bastante aceptable un local que llevaba tiempo vacío ubicado justo enfrente de
su casa. Lo ha sometido a una profunda reestructuración acorde con sus
necesidades. Amplios paneles ocupan las paredes con todo tipo de herramientas y
utensilios perfectamente organizados. Dos bancadas están situadas en la parte
central del local. Una de ellas con diversos planos, rotuladores, reglas y
calibres y la otra completamente despejada. En un rincón junto a una amplia
ventana tiene su mesa de trabajo con un ordenador, un cubilete lleno de lápices
y bolígrafos y sus dos inseparables bloc. Ahora trabaja casi siempre por
encargo y, por falta de perspectiva, se ve obligado a rechazar algunos de los
trabajos que le llegan. Siempre dice
para sus adentros…”Se creerán la gente que yo soy la Virgen del Carmen. Los
milagros se piden en la capilla de ahí enfrente”. Ahora anda enredado en una
maquinilla que le quite a la gente los mocos secos en los semáforos sin tener
que soltar las manos de los volantes de los coches. Sus inventos los tiene
perfectamente inventariados y en la actualidad llegan a la friolera cifra de
mil quinientos. Nunca patentó ninguno de ellos pues siempre decía que como los
buenos poemas cuando el pueblo los hace suyo suyos son. Vive feliz haciendo lo
que más le gusta y, lo más importante, haciendo feliz a la gente. Fermín Pérez
Cubillo nació para inventor y fue clarividente al descubrirlo a edades muy
tempranas. Lejos le quedan ya las lagartijas de las pantallas de los Cines de
Verano. Al final puede que sea verdad que la vida es un invento donde siempre
nos estamos reinventando para volver al punto de partida. Alguien, en un frase
reaccionaria, dijo una vez…”Que inventen ellos”. Buenos, ellos no, que mejor invente Fermín.
Juan Luis Franco – Viernes Día 30 de Octubre del 2015