Ya, y sin más dilaciones, empezaron a desgranarse con el mes de marzo los días, horas y minutos que inexorablemente nos llevarán a los momentos soñados: la Semana Grande de la Ciudad. Aquella que nos ata sentimental, espiritual, cultural y tradicionalmente a nuestros sentires más nobles y ancestrales. Cuaresma rara esta que estamos disfrutando –o mejor padeciendo- motivada por las inclemencias de un tiempo que está golpeando a los más desfavorecidos –como pasó siempre- con toda su crudeza e inmisericordia. Dice una letra flamenca:
Sale el sol y da en el cristal;
cuando no quebranta el vidrio
que es lo que va a quebrantá.
¿Pero cuando sale el sol?. Está secuestrado por borrascas, tormentas y aguaceros que lloran y nos atacan desde todos los frentes. Imágenes dantescas las que nos ofrecen las televisiones, donde el agua convertida en un amasijo de lodo y ramas explota, y se lleva a su paso cosechas, casas, personas y animales. Como dato positivo –una vez más- comprobar gozosos los niveles de solidaridad que pueden mostrar algunos seres humanos. Gentes jugándose la vida en las castigadas pedanías jerezanas por salvar de una muerte cierta y atroz a un grupo de caballos. Hombres con el agua por la cintura llevando sobre sus espaldas a algún vecino, imposibilitado para poder desplazarse por su cuenta. Bomberos, Guardia Civil y personal de Protección Civil exponiendo literalmente sus vidas para rescatar a gentes en serios apuros. El tiempo –el mal tiempo- no está dispuesto a concederle su venia al astro Sol para que caliente y seque cuerpos y haciendas. Y mientras la Ciudad agazapada dentro de su recinto amurallado, esperando abrir con sus dedos el azahar de su soñada Primavera. No hay forma de pisar su corteza terrestre en largas tardes-noches de cielos azul añil, quinarios, papeletas de sitio y charlas distendidas al conjuro de la manzanilla. Vivimos enclaustrados en nuestras cuevas mirando a través de los cristales –como leones en celo- y preguntándonos: ¿cuando habrá una tregua de viento y lluvia para salir a cortejarla?. La Ciudad nos espera para mostrársenos en toda su belleza y esplendor y nosotros aquí estamos recluidos como monjes franciscanos. Miramos el cielo y suplicamos: ¿para cuando nos será posible atrapar la vida en las calles secas y soleadas?. Y este nos responde: “todavía tendréis que esperar un poco más. Pues tengo cuerda –rayos- para rato”.
La falta de raciones callejeras ha posibilitado que los enamorados estén seriamente tocados del ala y ya empiezen a elucubrar nerviosos:
La falta de raciones callejeras ha posibilitado que los enamorados estén seriamente tocados del ala y ya empiezen a elucubrar nerviosos:
¿La noche del aguacero
donde estuviste metía
que no te mojaste el pelo?.
Los aburridos se dedican a través del Boletín de su Hermandad a cuestionar los méritos espirituales –católicos, apostólicos y romanos- del futuro pregonero. Se trata en definitiva de sacar de paseo al inquisidor que todos llevamos dentro.
Lo que no saben –o no les interesa- es que Antonio García Barbeito, al que he saludado una vez en mi vida, dará un Pregón de los que se cuelgan eternamente en las paredes del alma. Tiempo al tiempo.
Seguro que no les gustará a los fundamentalista de turno, pero si a aquellos que impregnados de luz y gozo solo queremos que nos conmuevan. Ni más ni menos.
Los transgresores, también victimas del aburrimiento, se dedican a programar bailes vanguardistas con ropas de nazareno, a los sones de “Virgen del Valle”, en la iglesia de un barrio obrero, donde Cristo tomó -y toma- forma humana y solidaria. Allí –en el Cerro- se hizo verdad lo que escribió Antonio Machado:
¡Oh, no eres tu mi cantar!.
¡No puedo cantar ni quiero
a ese Jesús del Madero,
sino al que anduvo en el mar!.
Mientras llega la soñada y anhelada posibilidad de salir a sus calles, la Ciudad desgrana lenta pero inexorablemente su reloj de arena de los Tiempos. Parece que ya algunos consideran reiterativo y algo cursi, llamar a esta época sevillana como las preámbulos del gozo, pero: ¿se puede definir de manera más certera?.
Por tanto y si no hay más remedio:
Que llueva que llueva,
la Virgen de la Cueva,
los pajaritos cantan
y las nubes se levantan.
Pero:
Parad, por Dios, de una vez
lluvias, borrascas y vientos;
se lo pido al Gran Poder
centro de mis sentimientos.
Que esta Ciudad está esperando
atardeceres de amores;
rumor de fuente soñando
al redoble de tambores.
1 comentario:
Hermosa manera de esperar la primavera... Con Barbeito se marcará un antes y un después, un punto de inflexión en el tono músical del pregón o, lo que me temo, un "hasta aquí hemos llegao", esto es nuestro y de nadie má... Y como tú dices: tiempo al tiempo.
Mi saludo afectuoso
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