lunes, 18 de enero de 2010

“El Niño de Hamburgo”.


La capacidad que tiene Sevilla junto a la luminosa y sin par Cádiz (Cai de mis entretelas) para generar historias que superan al surrealismo es asombrosa. Se cuentan acontecimientos cotidianos que no pocas veces son hermosas y talentosas farsas. Al igual que aquello que nos parece fruto de la fantasía encierra más verdad que el Barrio de la Viña o el de Santa Cruz. Aquí se dan la mano de manera armoniosa la realidad y la ficción y todo queda al final en ricas anécdotas que enriquecen en definitiva el patrimonio cultural-sentimental de los pueblos. Que estas puedan verificarse o no ocupa un segundo plano. Aquí no nos referimos a hechos históricos relevantes sino al rico anecdotario popular. ¿Verdad o mentira?. Que más da. Si al final cuando preguntamos al círculo intimo del acontecimiento en cuestión, unos nos dirán que es una trola como la catedral de Burgos (¿porqué siempre decimos la de Burgos y no la de Cádiz o Sevilla por ejemplo?. Quizás porque allí solo tienen dos estaciones: la del invierno y la del ferrocarril). Por el contrario otros nos comentarán:…”eso es una verdad como un templo que un cuñao mío estaba allí y lo presenció todo”. Lo dicho, anécdotas que independientes de su confirmación ya pasan a formar parte de la memoria sentimental de la gente. Luego las mismas se contarán en trescientas versiones distintas pero casi todas con un final parecido. Antes a esto se le llamaba “liar la guita” hoy de manera más culta y refinada le dicen: “socializarse”.

Permítanme este anecdotario preámbulo para hablaros de mi amigo Peter. Un personaje real pero que también podría serlo de ficción. Es un alemán nacido concretamente en Hamburgo. Andará en la actualidad en la frontera de los 45 “tacos”. Su padre regentaba en la bella Ciudad alemana una Residencia para Emigrantes (el Kolping House). Allí Peter siendo muy joven trabó amistad con un emigrante sevillano oriundo de la Barriada del Tardón (él me cuenta que con quien de verdad hizo migas fue con la hija de Paco el tardonero). Aprendió a través de ellos el castellano y le metieron en sus juveniles venas el venenillo del Flamenco y las excelencias de la Vieja Híspalis.

Desde entonces Peter tenía entre ceja y ceja -como su primera obsesión- conocer Sevilla y por ende dejarse embrujar por la magia del Flamenco. Sus introductores sevillanos de la Residencia le habían insistido que Sevilla se conoce solamente perdiéndose por sus callejas y plazuelas. O bien en su parques y jardines o en el bullicio ensordecedor de sus bares y garitos. Que el Flamenco hay que saborearlo en vivo y en directo y no a través de la frialdad del microsurco sonoro.

Pues la ocasión como se suele decir se “la pusieron a huevo”. Se entera en su Ciudad que con motivo de la Expo del 92 en Sevilla, están buscando gente joven para colaborar en el Pabellón de Alemania. Cogió un saco de dormir con sus catorce mantas (pues hablamos de Hamburgo en Febrero) y estuvo toda la noche guardando cola en la Oficina de marras. Dice que fue el segundo (¡como no sería de fatiga el que fue el primero!). Ya lo demás le vino todo rodado.

¿Qué como lo conocí?. Fue una hermosa noche de Septiembre en el Festival de Cante de Mairena del Alcor. Nos sentamos juntos pues un amigo común nos había sacado las entradas…….”mira Juan Luís, aquí te presento a Peter, es alemán y un gran aficionado al Flamenco. Vamos que no se pierde una”. Aquella noche yo alucinaba en colores. Terminaba un cantaor un Cante por Soleá y le preguntaba mi amigo…”Peter, que te ha parecido”…..le contestaba…”bien, pero creo que en el primer tercio se ha cruzao con la guitarra”. Luego otro cantaba por Alegrías, y decía Peter….”esta pasao de compás pero se ha ido de tono un par de veces”. Imaginen estos comentarios llenos de sapiencia y jondura flamencas con su dejillo alemán. Escuchaba los cantes sin pestañear y había que traerle la “priva” a la silla pues no se ausentaba ni un momento. Aprovecho para decirles que por cierto era capaz de beberse Bajo de Guía con las barcas incluidas.

Desde entonces no he dejado de verlo con frecuencia. La última estas pasadas navidades en la cola del Nacimiento de Cajasol. Acompañaba a un matrimonio alemán con dos niños tan rubios como los girasoles. Nos saludamos efusivamente y me presentó a sus acompañantes. Aprovechó para ponerme al día de los últimos acontecimientos flamencos. Me dice: “oye Juan Luis, te enteraste que falleció Ramón de Algeciras. Peazo de tocaor y uno de los mejores discípulos del Niño Ricardo”. Continua con su disertación y apostilla:…”la mala suerte de Ramón era que al ser el hermano del monstruo de Paco de Lucía siempre ocupó un segundo plano”. ¡Ahí queda eso para los gacetilleros flamencos de tres al cuarto!

Peter pasea mucho por el Centro y se dedica a enseñar la Ciudad (su medio de subsistencia) a turistas (preferentemente alemanes y franceses). Nos habla con un casticismo mezcla de Günter Grass y Rafael de León, y siempre que nos vemos terminamos hablando de Flamenco y de Sevilla sus (nuestras) dos grandes pasiones. Cambia de compañera más que de camisa. Cada vez que lo veo, siempre con una distinta, me dice….”mira voy a presentarte a mi parienta”. Es exquisito, culto, educado, cariñoso y sevillano por derecho propio. Cuando llegó a Sevilla empezo a tomar clases de guitarra flamenca y en el colmo del talento ahora es él quien las da.

La última vez que coincidí con él en un evento flamenco fue en el merecido Homenaje que le dieron hace unos meses a Pepa Montes en el Hotel Triana. Para no variar iba muy bien acompañado, esta vez de una japonesa, me la presentó y me dice….”ella le gusta mucho el Flamenco y es profesora de una Academia de Baile en Tokio”. Me aventuro y le pregunto a la hija del Sol Naciente….”oye pues te habrá gustado como baila Pepa Montes”. Me contesta:…”ha estado sublime, sobre todo por Alegrías”.

Pues nada “miarmas” seguid con vuestra afición. Solo quiero pediros un favor: cuando nos veamos de nuevo en otro “tinglao”, no decirle a nadie que nací entre la Alfalfa y la Puerta de la Carne. Que me da corte y me acomplejo. Que no se me note que voy con vosotros de aprendíz. Decidle si acaso a quien no me conozca que soy sueco o noruego. Yo procuraré estar calladito.

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