¡Que triste vas Soledad
sin que nadie te consuele
aunque sea por caridad ¡
La Semana Santa sevillana –ya en el tiempo tan cercana y tan distante a la vez- se nos representa como una magna escenificación urbana. Quedan entrelazados de manera sugerente una serie de conceptos fundamentales para comprender, si ello fuera posible, el alma tradicional y sentimental de esta Ciudad. Es una inmortal Obra de Teatro representada al sevillano modo. Esta tragedia con final feliz (Pasión, Muerte y Resurrección) tiene –como no podía ser menos- prologo, desarrollo, desenlace y epílogo. Nace un radiante Domingo en la rampa de la Colegial del Salvador y muere, un triste Sábado, cuando la puerta de San Lorenzo se cierra tras recogerse Ella. Se aleja, adentrándose en su Templo, mostrando al fondo su ascua de luz de candelería y dejándonos las almas en duermevela. Posiblemente pocas vírgenes sean más profundamente sevillanas que la Soledad de San Lorenzo. Esta sola, terriblemente sola, sin poder caminar por las calles de la Ciudad tras las huellas redentoras de su Hijo y, sin ni siquiera un San Juan que llevarse a…los ojos. La única música que suena para Ella nace del corazón de los sevillanos, palpitando de nostalgia por los días soñados y perdidos. Entre la Soledad y el Cielo no existe ni siquiera la hermosa techumbre de un palio que la libere del fulgor lastimero de los astros. Está, como la Ciudad, despojada de falsos abalorios y viendo cada día como los huérfanos depositan sus coronas al pie de su azulejo en el Cementerio del Rey Santo. Alguien enmarcó en su reja, orillada en un hermoso rincón de la Iglesia de San Lorenzo, un texto de como quiere Ella que se hagan las cosas: “Si puedes Mucho, Mucho. Si puedes Poco, Poco. Si no puedes Nada, Nada”. No hay más, pero tampoco menos. Es como si te dijera: “Date a los demás de corazón y así podré decir que mi pena es aliviada”. Nada simboliza mejor el dolor de una madre que esta Soledad de soledades. Pasea su desconsuelo sin estridencia y se retira lenta, pero inexorablemente, a su camarín de pena amarga. Siempre he pensado que las vírgenes sevillanas tienen un “palo” del Flamenco para definirlas en toda su grandeza. Macarena por Tangos; Esperanza por Solea Alfarera; Angustias por Bulerías; Dolores por Fandangos (del Bizco Amate); Trinidad por Alboreá; Amargura por Siguiriyas; Estrella por Tientos; Refugio por Mirabrás; Candelaria por Romera y, Ella, la Soledad de San Lorenzo, por Peteneras. Cante de profunda melancolía existencial y que “Naranjito de Triana” bordaba cantando aquello de: “¿Dónde vas bella judía tan triste y tan a deshora? –Voy en busca de Rebeco que estará en la Sinagoga”. Ella es tan profundamente sevillana que, como ocurre con los mejores hijos de la Ciudad, también muchas veces es ignorada. Está, como nadie, muy cerca de Él, pero padeciendo siempre su muerte sin que nadie le anuncie la buena nueva. No le han dicho siquiera el desenlace final de la Historia más grande jamás contada: la Resurrección. Por eso un azulejo con su imagen preside la entrada del Cementerio y así puede paliar, con su pena eterna y solitaria, la orfandad más inmisericorde: la que produce la pérdida de los seres queridos. Está sola, tremendamente sola, en una Ciudad que también lo está más cada día. Soledad de soledades.
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