Pasé por Triana un día
y vi a la Torre del Oro
que campanas no tenía.
Lo dejó escrito el Poeta del Puerto y lo cantaba magistralmente por Bulerías el gran Pansequito:
"Suenan las campanas de la Catedral
y yo sin zapatos
yéndome a casar".
Las campanas de Sevilla son como los soniquetes del alma. Toques predispuestos para el gozo y la pena. No es casualidad que el epicentro de la Semana Santa sevillana se llame La Campana. El tañer de las campanas era el reloj del tiempo de nuestros abuelos. Todo cuanto acontecía en la Ciudad quedaba suspendido en el aire por un toque de campana. Campanitas de conventos de clausura donde tirando de una cadenita te daban el "sin pecado concebida " y una ración de dulces celestiales. Campanillas de casas señoriales del Barrio de San Lorenzo que se mecen lentamente en sus zahaguanes soñando con viajes de ultramar. Los campaneros sevillanos siempre fueron personas muy emblemáticas y respetadas en la Ciudad. Ser campanero en Sevilla era una cosa muy seria. Ernest Hemingway escribió "Por quién doblan las campanas ". Con el paso de los años hemos descubierto que doblaban por todos nosotros: los presentes y, sobre todo, por los ausentes.
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