jueves, 22 de diciembre de 2022

Cruzando el valle que la nieve cubrió


“A Isabel y Antonio patriarcas de la saga de los Lappi”

Dice un amigo de sentires sevillanos que el problema de la Navidad actual es que a la par que se han llenado los frigoríficos se han vaciado los corazones. A pesar de que cada día esto resulta más secundario no debíamos olvidar que en Navidad se celebra la llegada al mundo del Mesías. Si obviamos este hecho estamos desnaturalizando estás Fiestas y postrándonos en sumisa y tarjetera veneración ante el Dios del Consumo. Visitamos los belenes buscando a un pastor que está defecando antes que buscar donde está el Niño Dios. Estos días son el culmen de la felicidad de los niños que lo son por edad y de aquellos que siempre lo serán de corazón. Ellos, niños y niñas, son las principales destinatarios de esta efemérides a la que la Iglesia Cristiana conoce como Tiempo de Adviento. Fiestas familiares donde las casas (ahora y siempre) debían convertirse en hogares. La Familia, como principal núcleo de vertebración social y sentimental, vive en la actualidad un serio proceso de devaluación. Hoy es difícil encontrar una familia donde no existan enfrentamientos que con la Navidad (comidas habemus) terminan  explotando en la cara de los comensales. El hermoso y edificante concepto de familia que se daba en mi infancia está seriamente cuestionado por una “progresía de salón” que destruye las costumbres ancestrales sin aportar nada nuevo a cambio. Es perfectamente compatible ser progresista en cuestiones sociales y conservador en la defensa de nobles tradiciones que nos unen a nuestros antepasados. La Ciudad, nuestra Ciudad, siempre supo darle a la Navidad un carácter tradicional-festivo donde los sentimientos quedaban contextualizados entre lo familiar y lo espiritual. Que cada familia responde a unas peculiaridades determinadas es algo más que evidente. Su normalización siempre dependerá de la aportación afectiva de sus miembros. No podemos pretender ser mejores personas por adoptar comportamientos “buenistas” actuando como autómatas siempre acorde con lo que nos marque el calendario. La vida cobra sentido cuando encontramos los momentos de felicidad. Lo que no podemos pretender es ser felices tan solo cuando así lo decrete el almanaque. Estos últimos años han sido terribles para muchas familias y han sido muchas las personas que nos han abandonado cuando todavía no les tocaba. Vivamos plenamente estos días por nosotros y, sobre todo, por los que ya no pueden hacerlo. Si sabemos cruzar con firmeza el valle que la nieve cubrió puede que todo nos resulte más placentero. El espíritu de las fiestas navideñas se encuentra en la piel del viejo tambor del pequeño tamborilero que va a rendirle pleitesía al Mesías recién nacido. Buscarlo en el consumismo compulsivo y en los impostados gestos de una maquillada caridad  es tarea tan estéril como farisea. Paz, Salud, Suerte y Prosperidad para todos aquellos y aquellas que todavía navegan en el barco de los buenos sentimientos. Feliz Navidad.

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