Estos días se está celebrando en nuestra Ciudad la anual Feria del Libro (Plaza Nueva y Plaza de San Francisco). Esta edición ha estado dedicada al Poeta de Orihuela, Miguel Hernández, con motivo del centenario de su nacimiento. También por extensión a los Hermanos Machado. Acudo a visitarla el pasado jueves y compruebo que la de este año es “cortita y con sifón”. Está acorde con los tiempos de crisis que padecemos. Poca presencia -aunque significativa- de verdaderos libreros (no confundir librero con vendedor de libro) y aun una menor de posibles compradores/lectores. Ojala en los días que faltan se anime el recinto y que esta Feria tenga larga –y necesaria- vida en el tiempo. Allí veo hojeando libros a un trianero de postín, Emilio Jiménez Díaz, cumpliendo con el ritual de aquellos que amamos los libros por encima de todos los objetos, y que al tocarlos y pasar sus páginas sentimos la dulce caricia de siglos de gozo y pena. Pura sensualidad en las yemas de los dedos de amorosos y pacientes lectores.
Gentes que ayer desde una hoja en blanco, y hoy desde la pantalla de un ordenador, nos crearon cientos de mundos variopintos y enriquecedores para hacernos la vida más llevadera. Poder viajar por países magistralmente narrados, o inventados, sin tener que moverte del rincón de lectura de tu hogar. Soñar aventuras de corsarios y espadachines sin sufrir más sablazos que aquellos que te pegan algunos “colegas”. Vivir como propios apasionados amores ajenos, los mismos que te rozan en el centro de tus emociones más nobles sin conseguir tumbarte. Compartir el mágico y surrealista mundo de los poemas que te enseñan amorosamente que no todo está perdido. Siempre la luz como vencedora de las sombras. Reflexionar con las enseñanzas del filósofo y el ensayista. Adentrarte en los acontecimientos pasados de la vida y las cosas de la mano de los grandes historiadores. Obras teatrales que al ser leídas las montamos, con nuestra imaginación, cada uno a su forma y manera. Narrativa, poesía y teatro como transformadoras de la realidad hacia la ficción y nunca hacia la mentira. ¿Qué seriamos sin la capacidad de soñar, pensar y sentir? Ensayo, filosofía o historia para determinar de manera racional y científica de donde “puñetas” venimos, que hicimos bien o mal en el ayer y desentrañar las claves del hoy y el mañana. Leer para informarse, formarse, entretenerse o simplemente llenar las horas vacías. La aventura de vivir en definitiva -con sus rosas y espinas- reflejadas en páginas numeradas que deben –o debían- inducirnos al pensamiento, la reflexión y la acción. Nada es comparable al encuentro en soledad de un/a escritor/a y un/a lector/a en perfecta sincronización. En definitiva el noble y enriquecedor mundo de la lectura. Romper la dura cadena de la cotidianidad a través de la imaginación y la magia que te proporcionan los/as escritores/as. Ampliar conocimientos que te permitan comprender mejor el significado de las cosas que te rodean. Hasta los ciegos que no pueden contemplar una puesta de sol tienen la extraordinaria posibilidad de leer un libro (uno de los mayores lectores que conozco es mi amigo Antonio, el ciego que vendía los cupones en la esquina de la Confitería La Campana. Aparte de recordar con cariño a La Niña de la Puebla que era una lectora insaciable y por ende una mujer cultísima).
Según mi madre fui un niño muy precoz en cuanto a lectura y escritura se refiere. Los números me costaba más el descifrarlos. Ni cuando pacientemente trataban de explicármelos mis recordados maestros, don Carlos Alonso y don Miguel Sarmiento, y mucho menos ahora que quienes tratan de que me aclare matemáticamente son Zapatero y Rajoy.
Los banqueros cuando suman dos y dos le salen siete y a los parados si acaso solo dos. La diferencia es que a los primeros siempre le salen las cuentas y a los segundos casi nunca. Igual ocurre con Gobierno y Oposición, los primeros ven “brotes verdes” por todas partes y los segundos solo jaramagos secos y podridos.
Mis inicios como lector fueron leyendo de niño los “tebeos” (hoy llamados cómic) de aventuras. Me pulía los sábados lo que podía ahorrar en la semana repartiendo pan (me levantaba con 12 años a las siete de la mañana) para seguir ilusionado y ansioso las aventuras semanales de: “El Guerrero del Antifaz”; “El Jabato”; “El Capitán Trueno”; “El Hombre de Piedra” o “Roberto Alcázar y Pedrín” (los de “Hazañas Bélicas” eran más caros y había que comprarlos ya usados). Incipiente y eficaz iniciación a la que con los años sería parte inseparable de mi andadura terrenal: la afición a la lectura.
Hoy ya una vez pasado el umbral de los sesenta “tacos” de existencia, he conseguido reunir una –creo- excelente biblioteca de algo más de 1.500 ejemplares. Cantidad superada con creces si le sumo la ingente cantidad de libros prestados y pocas veces recuperados. Espero al menos que estos “despistados” beneficiarios de la bondad ajena al menos los hayan leídos. Me gustaría antes de “entregar la cuchara” –que contra más tarde mejor- poder leer al completo los muchos que me aguardan expectantes en los rincones más diversos de mi casa. Un libro no leído es como un beso tirado al aire de la primavera. Como un brindis al sol deseoso de ser acariciado por la luna. De joven leía de manera impulsiva y voraz. Hoy lo hago de manera pausada y saboreando cada pagina que se me abre a los sentidos. Prefiero ya el temple del toreo al natural que el desenfreno de un par de banderillas. Aunque tarde, siempre descubrimos que una hora –con prisa o con pausa- nunca tendrá más de sesenta minutos. Saber aprovecharla es lo que de verdad importa.
Dos libros en lo que a novelas se refiere, me marcaron profundamente: “La Madre” de Máximo Gorki que leí en plena adolescencia y, fundamentalmente, los “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez. Los poemas de San Juan de la Cruz, Machado, Lorca, Alberti, Neruda, Juan Ramón, Cernuda, Rafael de León y Miguel Hernández me zarandearon las paredes del alma para hacerme ver –como escribió Celaya- que: “la poesía es un arma cargada de futuro”.
Decir lectura es decir vida. Palpitante y reparadora de la pobre y encadenada existencia que gira a nuestro alrededor. Leer en un autobús repleto o en la soledad de la glorieta en un parque. Hacerlo en un atardecer playero o en el interior de un Boeing 747 camino del “quinto co...”. En el dulce rincón del hogar escuchando de fondo a Bach, o incorporado en una cama testigo de nuestra decadencia. Leer es acumular vivencias que nadie nunca podrá arrebatarnos. Estas no formarán parte de ningún testamento material que se disputen nuestros herederos.
No es casualidad que los dictadores –y por extensión las dictaduras- quemen los libros y odien y encarcelen a los lectores libres. No quieren ver volar a la paloma de la libertad a través del soplo de la imaginación, el pensamiento y la verdad. Los dictadores solo leen –y tienen como libros de cabecera- los manuales militares del ordeno y mando. La cultura verdadera siempre es liberadora, y difícil –por no decir imposible- resulta encerrar entre rejas a los espíritus libres.
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