viernes, 22 de junio de 2012

Instalados en la mentira


Vivimos y compartimos nuestros quehaceres cotidianos rodeados del escabroso mundo de la/s mentiras/s. Todos nos mienten y nosotros, a nuestra vez, también respondemos mintiendo (no pocas veces a nosotros mismo). La clase política en su conjunto nos engaña con mentiras cuando opositan a gobernar; cuando gobiernan y, prioritariamente, cuando en los procesos electores preparan el asalto al Poder. En política, convivimos con las mentiras socialistas; conservadoras; nacionalistas o comunistas, asumiendo las mismas como algo natural e inherente al desprestigiado –y necesario- mundillo de los políticos. Eso si, las “nuestras” siempre serán mentiras piadosas y las de “ellos” perversas en el fondo y en la forma. Asumimos por tanto que todos los políticos, en mayor o menor medida, nos mienten y que poco o nada podemos hacer para cambiar la situación de engaño que padecemos. La verdad ni está ni se les espera. Nadie nos dirá sin tapujos que la Crisis que sufrimos es consecuencia del saqueo al que, financieros y políticos, han sometido a las arcas públicas. Negaban desde el Poder, por activa y por pasiva, la posibilidad de que nos “rescataran”. Ya lo han hecho y, en los próximos años, comprobaremos el precio que tenemos que pagar por el “rescate”. Triste época esta donde se “rescata” a los bancos hundidos por la codicia y se abandona a los más débiles a su triste suerte. ¿Qué más necesitan los españoles para descalificar a sus políticos con el voto en blanco? Nadie asumirá que hay sentencias donde a la Dama de la Justicia, para que no se vea como llora, le tapan los ojos con un pañuelo de seda negro. Nadie se libra de esta programada falacia donde los bandoleros de trajes de diseño han invertido la historia de los pueblos: ahora se les roba a los pobres para dárselos a los ricos. La demagogia es como un volátil pim-pam-pum que se esgrime como un arma arrojadiza contra los discrepantes. Hoy los padres engañan a las madres; estas a sus hijos y estos, a su vez, terminan engañando a sus abuelas. El surrealismo de Fellini y Buñuel se ha adueñado de nuestras vidas y haciendas. Los niños del Tiro de Línea practican surf con las tablas de planchar de sus madres en el canal de la Plaza de España. Nadie puede ya distinguir la verdad de la mentira. Vemos los informativos de la “tele” y derramamos la mayonesa light fuera del plato donde reposa la melva canutera. No nos cabe ya, ni en nuestras cabezas ni en nuestros corazones, tanto cúmulo de malas noticias (todas con la perspectiva de ser manifiestamente empeorables). Los “malos” reparten sonrisas y autógrafos a las salidas de los juzgados. Los “buenos” salen cada mañana a la caza y captura del unicornio (un puesto de trabajo). Los poderosos se frotan las manos y el Dios de los cielos contempla pensativo las suyas. Los días ya no tienen 24 horas sino 24 suspiros al viento. La paloma de la paz de Picasso hace ya mucho que no puede levantar el vuelo. Está sucia y abandonada buscando para su supervivencia desperdicios en la basura de los contenedores. La mentira impuso su dictadura de paraísos inventados y nosotros, complacientes, nos doblegamos ante ella arrullados por los cantos de sirena. Los búcaros ya no vienen de Lebrija sino de Taiwán. La noche se nos llena de fantasmas desorientados buscando más sabanas y menos cadenas. Don Mariano convoca a don Alfredo para dialogar y las campanas del Templo de la Mentira están tocando a rebato. 

Una joven madre besa dulcemente la cabeza de un niño recién dormido y la verdad abre una rendija a la esperanza. Tiempo de mentirosos compulsivos, o lo que es lo mismo, tiempo de bobalicones encantados. Por su –nuestra- ingenuidad para dejarse engañar los conoceréis.

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