En esta Sociedad tan poco proclive a la belleza de los gestos cotidianos hay uno que, personalmente, me resulta conmovedor. Es cuando veo pasear por las calles de la Ciudad a personas mayores –muy mayores en algunos casos- cogidas amorosamente de la mano. Comparten achaques y cariño no pocas veces ninguneado por algunos componentes de sus propias familias. Este no es país para viejos (y todavía lo es menos para jóvenes emprendedores y talentosos). Avanzan lentamente y unen sus desgastadas y cansadas manos para que, entrelazadas, la carga del epilogo de la vida les sea más llevadera. Los niños se agarran, entre temerosos y complacidos, de la mano de sus padres. Los adolescentes se agarran a… sus móviles. La gente madura, en pareja, camina agarrada del brazo, unas veces mujeres con hombres y otras mujeres con mujeres. Nuestros mayores ya son los únicos que paseando notan en su mano el roce de otra que les resulta tan querida como necesaria. No es casual que las gitanas utilicen las líneas y los surcos de las manos para leernos la buenaventura (la mala nunca te la dicen para que no les escatimes tu “donativo”). Existen fotos costumbristas de los años cincuenta y sesenta donde se ven a hermosas muchachas paseando en grupo cogidas unas a otras del brazo. Creo recordar una magnifica instantánea del Maestro Alfonso Sánchez García “Alfonso” donde muchachas jóvenes caminan entrelazadas deambulando por la Gran Vía madrileña. Media docena de “mocitas madrileñas” de la posguerra anunciando una Primavera que aún tardaría muchos años en llegar. Pura delicia de una dura época siempre viva y presente a través de los documentos fotográficos. Tampoco sería casualidad que en los tiempos de antaño una relación se formalizara pidiéndole al padre la mano de su hija (había padres que, locos por casarlas, te decían que mejor te lo llevases entera). Más de una vez se producía el siguiente dialogo:
- Venía a pedirle la mano de su hija – decía el novio.
- Vale, pero de cual de las dos – le contestaba el padre.
- Evidentemente la de la guapa – respondía el “mocito”.
- ¡Coño, ni que la otra fuera manca! – refunfuñaba el padre.
Un hermoso gesto resulta cuando en la Misa de Doce dominguera el Sacerdote de mi Barriada reúne en torno suyo a todos los niños presentes y se cogen, formando un semicírculo, de la mano. Rezan el Padre Nuestro y nunca, como padres, es más Nuestro que entonces. Una interpretación colectiva de solidaridad que ojala estos niños el día de mañana –su mañana- sepan apreciar. Cuando los seres humanos han sabido conjugar individualismo (creativo y reflexivo) y corporativismo (juntos en los triunfos y las derrotas) los sociedades han avanzado de manera vertiginosa. Los “Poderosos” de la Tierra siempre impulsaron el individualismo más feroz. En ello siempre les fue el seguir conservando las “Llaves del Tesoro”. Los problemas personales empiezan a resolverse cuando contrastas –y compruebas- que son los mismos que los de tus vecinos. Dios creó las manos para la bondad y la caricia. Otros se empeñaron –y se empeñan- en que sirvan para apretar gatillos y estrangular gatos. Ellos, nuestros mayores, nos dan una lección de siglos cuando caminan por la Ciudad cogiditos de la mano.
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