Mientras se tomaba pausadamente su té con limón mañanero en la terraza
del “Bar Europa” meditaba sobre su vida y sus circunstancias. Era una placentera
mañana de finales de marzo y la
Cuaresma sevillana tomaba forma en los capirotes de la
cercana “Casa Rodríguez”. Tenía doblada
sobre la mesa una edición de “El País”, otra de “La Aventura de la Historia” y depositada en
su funda unas “gafas de ver” de pasta negra. Miraba de reojo el paso de la gente mientras observaba
como una paloma picoteaba migajas de pan entre sus zapatos de medio tacón.
Había cumplido el pasado quince de marzo cincuenta y cuatro años de edad y su “santo”
esposo le había regalado ese día un “ahí te quedas María del Mar”. Era algo que ya veía venir y que para nada le
cogió de sorpresa. Desde que a Javier lo habían imputado seriamente en el tema
de los EREs se había vuelto huraño, gruñón y, sobre todo, sumamente distraído
con el camuflaje de sus “líos de faldas”. Ella, la menor y niña mimada de una
camada de la alta burguesía sevillana, llevaba francamente mal el convivir con
un corrupto y que además le fuera infiel. Cada discusión terminaba donde
empezaba la siguiente. Atrás quedaron
colegios de monjas, Escuela Francesa, clases de piano, inglés y equitación,
Facultad de Derecho, incipiente y corta vida laboral, puestas de largo, veraneos en el Puerto de
Santa María y el ver a Sevilla desde lo alto de una carroza como Estrella de la Ilusión de la Cabalgata. Mariola, su única hija, ya
estaba felizmente separada de un truhán de ideas negras y polvo blanco que, en
cuatro años de matrimonio, le hizo conocer de cerca el infierno. Ahora las dos,
madre e hija, estaban solas y dispuestas a recomponer los restos del naufragio.
Dos Marías sin olas y sin mares pero con todo el firmamento para ellas. No pudo evitar, a la par que sentía
escalofrío, esbozar una leve sonrisa. Le vino a la mente, y a la comisura de
los labios, un beso que aún siendo muy joven le dio Mariano el hijo de la
cocinera de su casa materna. Un beso robado a una noche de verano tras el resguardo de la pantalla de un Cine
de Verano del Prado con olores a Dama de Noche. Se preguntó, ¿dónde irán los
ilusionantes y añorados besos prohibidos de la adolescencia? La mañana
avanzaba. Tocaba levantarse y seguir viviendo o mejor: empezar a vivir. Dejó
dos euros encima de la mesa y se despidió de Paco, el camarero, con un leve
movimiento de su mano derecha. Era en esencia una niña de la alta burguesía
sevillana que a los veinticinco años casaron con un futuro ladrón de sueños y
dinero. Ahora, María del Mar, a sus cincuenta y cuatro años de edad estaba
dispuesta a tirar por la borda el lastre de la infelicidad. Enrolló periódico y revista bajo su brazo y
empezó a caminar hacia nuevas playas y buscando horizontes nuevos. El naufragio sevillano de María del Mar
estaba a punto de concluirse. No hay tormenta que dure cien años ni playa que
lo resista.
lunes, 28 de abril de 2014
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1 comentario:
Historias cotidianas que tú conviertes en un lujo de lectura. Un abrazo. José Luis Tirado.
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