¡Y esos niños en hilera
llevando el sol de la tarde
en sus velitas de cera!
- Antonio Machado –
-
Una semana más bien cortita y empezará de nuevo lo que nunca se nos
termina de acabar: el paraíso recuperado y soñado de la niñez. Puede que a esta
Ciudad sumida en la desesperanza social solo le quede ya una Semana al año para
seguir soñando despierta. Siete días esperanzadores donde todo resulta noble,
verdadero y deslumbrante. Es el momento ineludible de que la Ciudad se articule con la
fe, las tradiciones, lo corporativo y la belleza. Todo entrelazado amorosamente
y expuesto sin tapujos en el Gran Teatro del mundo que es Sevilla en estas
fechas. Dios se hace Hombre en el dolor solidario y su Madre se hace llanto en la
belleza más extrema. Todo armoniosamente mostrado en un mágico escenario
configurado en las calles y plazoletas de Sevilla. Los olores, los sabores y lo
visualmente hermoso como paradigma de que los ciclos siempre son susceptibles
de comenzar de nuevo. Cada sevillano, incluyendo a los más descreídos, tienen
un lazo sentimental que los une de por vida con la Semana Santa (la suya, que
siempre será personal e intransferible). La mía siempre estará unida al deslumbrante y
majestuoso paso de la
Candelaria por la
Alfalfa; al Cristo de las Misericordias deambulando por la Plaza de la Alianza; al Señor de
Sevilla por la de Molviedro; al Cristo de la Salud de San Bernardo cruzando la Puerta de la Carne; al Cachorro por el
Puente y, de manera definitiva, mi discurrir revestido de ruán detrás del Señor
de Pasión por la calle Francos. En la Navidad los muertos vienen a visitarnos atados a
las nostalgia de las silla vacías. En Semana Santa somos nosotros los que los
visitamos a ellos para recordarlos en el esplendor y el gozo callejero. La vida
sevillana es compleja y contradictoria por su propia naturaleza. Nace en
Diciembre el Hijo de Dios y el entorno más íntimo y cercano nos invita a la
pena por los ausentes. Mientras, en
Abril, se nos muere el Mesías y celebramos su transito de la vida terrenal a la
vida eterna con sabores de torrijas, ecos de saetas escalofriantes, soniquetes
de cornetas y tambores y momentos de gozos compartidos. Pero, ¿quién fue nunca
capaz de racionalizar los sentimientos más nobles y verdaderos? Cada momento
que pase a partir de ahora notaremos más cercano el vértigo de la
inmediatez. Toca tomar la calle en
nuestro nombre y en el de aquellos que ya no pueden hacerlo. Un día, esperemos
que aún lejano, otros la tomaran por nosotros. Cerramos por unos días esta
ventanita de los “Toma de Horas”. Ahora
toca lo que toca que, dicho sea de paso, no es poca cosa.
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