lunes, 28 de abril de 2014

El naufragio de María del Mar





Mientras se tomaba pausadamente su té con limón mañanero en la terraza del “Bar Europa” meditaba sobre su vida y sus circunstancias. Era una placentera mañana de finales de marzo y la Cuaresma sevillana tomaba forma en los capirotes de la cercana “Casa Rodríguez”.  Tenía doblada sobre la mesa una edición de “El País”,  otra de “La Aventura de la Historia” y depositada en su funda unas “gafas de ver” de pasta negra.  Miraba de reojo el paso de la gente mientras observaba como una paloma picoteaba migajas de pan entre sus zapatos de medio tacón. Había cumplido el pasado quince de marzo cincuenta y cuatro años de edad y su “santo” esposo le había regalado ese día un “ahí te quedas María del Mar”.  Era algo que ya veía venir y que para nada le cogió de sorpresa. Desde que a Javier lo habían imputado seriamente en el tema de los EREs se había vuelto huraño, gruñón y, sobre todo, sumamente distraído con el camuflaje de sus “líos de faldas”. Ella, la menor y niña mimada de una camada de la alta burguesía sevillana, llevaba francamente mal el convivir con un corrupto y que además le fuera infiel. Cada discusión terminaba donde empezaba la siguiente.  Atrás quedaron colegios de monjas, Escuela Francesa, clases de piano, inglés y equitación, Facultad de Derecho, incipiente y corta vida laboral,  puestas de largo, veraneos en el Puerto de Santa María y el ver a Sevilla desde lo alto de una carroza como Estrella de la Ilusión de la Cabalgata.  Mariola, su única hija, ya estaba felizmente separada de un truhán de ideas negras y polvo blanco que, en cuatro años de matrimonio, le hizo conocer de cerca el infierno. Ahora las dos, madre e hija, estaban solas y dispuestas a recomponer los restos del naufragio. Dos Marías sin olas y sin mares pero con todo el firmamento para ellas.  No pudo evitar, a la par que sentía escalofrío, esbozar una leve sonrisa. Le vino a la mente, y a la comisura de los labios, un beso que aún siendo muy joven le dio Mariano el hijo de la cocinera de su casa materna. Un beso robado a una noche de verano  tras el resguardo de la pantalla de un Cine de Verano del Prado con olores a Dama de Noche. Se preguntó, ¿dónde irán los ilusionantes y añorados besos prohibidos de la adolescencia? La mañana avanzaba. Tocaba levantarse y seguir viviendo o mejor: empezar a vivir. Dejó dos euros encima de la mesa y se despidió de Paco, el camarero, con un leve movimiento de su mano derecha. Era en esencia una niña de la alta burguesía sevillana que a los veinticinco años casaron con un futuro ladrón de sueños y dinero. Ahora, María del Mar, a sus cincuenta y cuatro años de edad estaba dispuesta a tirar por la borda el lastre de la infelicidad.  Enrolló periódico y revista bajo su brazo y empezó a caminar hacia nuevas playas y buscando horizontes nuevos.  El naufragio sevillano de María del Mar estaba a punto de concluirse. No hay tormenta que dure cien años ni playa que lo resista.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Historias cotidianas que tú conviertes en un lujo de lectura. Un abrazo. José Luis Tirado.