Mañana es 28 de diciembre, día que celebra la Cristiandad para conmemorar a los Santos Inocentes. Mañana quedarán solo 72 horas para sacarle el pañuelo de la despedida al infausto 2010. Se recuerda este día un hecho histórico, confuso en forma y fecha, sobre la matanza de niños por Herodes el Grande. Algunos historiadores lo sitúan como un acontecimiento hagiográfico y otros dan una fecha más cercana al 8 de enero. Herodes, que entre decreto y decreto, tuvo tiempo de casarse diez veces y tener catorce hijos, dicen que mandó matar a todos los niños de dos años para asegurarse de que el Mesías estuviera entre ellos. Le salió el tiro –el cuchillo- por la culata, y no pudo dejarnos huérfanos de divino consuelo, ni tampoco –afortunadamente- sin nuestra Semana Santa. Lo que parece incuestionable es que este singular personaje histórico solucionaba los problemas de Estado pasando por la piedra a todo bicho viviente.
De todas formas, e independiente de la constatación de la veracidad histórica de esta matanza de inocentes, pocas dudas existen de que las masacres padecidas desde el reinado de Herodes hasta nuestros días, justifican con creces que tengamos un día en el calendario para reivindicar la memoria de los Santos Inocentes. No ha habido época pasada, presente ¿y futura? donde los niños, en definitiva los Santos Inocentes, no hayan padecido los horrores de guerras cruentas y fraticidas.
Son los surcos sangrantes de este planeta de sombra y luz llamado Tierra. Ayer por compartir edad con Jesús de Nazaret y, hoy por habitar en zonas donde el día a día se compromete con la hambruna, el horror, la sangre y la miseria. Criaturas indefensas quemadas vivas en los hornos crematorios de los campos de exterminio nazis, o pasadas a cuchillo por bandas tribales del Continente africano. Niñas violadas ante las miradas horrorizadas de sus madres, y niños secuestrados en las favelas para el repugnante negocio del comercio de trasplantes de órganos.
Huérfanos, de padres y cariño, deambulando solitarios por ciudades de lujosos rascacielos. Secuestrados y sometidos al criminal negocio de la prostitución infantil y a la mendicidad más terrible. Se lo preguntaba Miguel, el Poeta de Orihuela, (¿Quién salvará a este chiquillo menor que un grano de avena?) y, todavía no hemos encontrado los humanos la respuesta. Son Inocentes por su temprana y frágil edad. Santos, por ser inmolados continuamente en la piedra del sacrificio por el único delito de existir. Los vemos continuamente en los informativos y sus tristes y acusadoras miradas parecen decirnos: ¿Por qué no viene Dios a nuestro rescate? ¿Por qué pagamos tan duramente el simple hecho de ser niños? Ellos no conocen a Papá Noel ni depositan cartas en el buzón del Cartero Real para los Magos de Oriente. Viven inmersos en su tragedia cotidiana y esperando tan solo una mano amiga que los libere del yugo inherente a los Santos Inocentes. Llevan dos mil años temiendo que llegue la noche y se les presente el Herodes de turno. Pararlos en el camino antes de que consumen sus sangrientas tropelías es cosa de todos. Por eso, y por miles de motivos más, es bueno que mañana día 28 sea el día de los Santos Inocentes. Mejor esto que celebrar días que, no los marca el calendario de la Cristiandad, sino el espíritu comercial de los grandes almacenes.
De todas formas, e independiente de la constatación de la veracidad histórica de esta matanza de inocentes, pocas dudas existen de que las masacres padecidas desde el reinado de Herodes hasta nuestros días, justifican con creces que tengamos un día en el calendario para reivindicar la memoria de los Santos Inocentes. No ha habido época pasada, presente ¿y futura? donde los niños, en definitiva los Santos Inocentes, no hayan padecido los horrores de guerras cruentas y fraticidas.
Son los surcos sangrantes de este planeta de sombra y luz llamado Tierra. Ayer por compartir edad con Jesús de Nazaret y, hoy por habitar en zonas donde el día a día se compromete con la hambruna, el horror, la sangre y la miseria. Criaturas indefensas quemadas vivas en los hornos crematorios de los campos de exterminio nazis, o pasadas a cuchillo por bandas tribales del Continente africano. Niñas violadas ante las miradas horrorizadas de sus madres, y niños secuestrados en las favelas para el repugnante negocio del comercio de trasplantes de órganos.
Huérfanos, de padres y cariño, deambulando solitarios por ciudades de lujosos rascacielos. Secuestrados y sometidos al criminal negocio de la prostitución infantil y a la mendicidad más terrible. Se lo preguntaba Miguel, el Poeta de Orihuela, (¿Quién salvará a este chiquillo menor que un grano de avena?) y, todavía no hemos encontrado los humanos la respuesta. Son Inocentes por su temprana y frágil edad. Santos, por ser inmolados continuamente en la piedra del sacrificio por el único delito de existir. Los vemos continuamente en los informativos y sus tristes y acusadoras miradas parecen decirnos: ¿Por qué no viene Dios a nuestro rescate? ¿Por qué pagamos tan duramente el simple hecho de ser niños? Ellos no conocen a Papá Noel ni depositan cartas en el buzón del Cartero Real para los Magos de Oriente. Viven inmersos en su tragedia cotidiana y esperando tan solo una mano amiga que los libere del yugo inherente a los Santos Inocentes. Llevan dos mil años temiendo que llegue la noche y se les presente el Herodes de turno. Pararlos en el camino antes de que consumen sus sangrientas tropelías es cosa de todos. Por eso, y por miles de motivos más, es bueno que mañana día 28 sea el día de los Santos Inocentes. Mejor esto que celebrar días que, no los marca el calendario de la Cristiandad, sino el espíritu comercial de los grandes almacenes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario