El Flamenco es un Arte vivo y en permanente proceso evolutivo. Su compás en el tiempo lo establecieron siempre los tiempos que le tocaron vivir. Sus tres variantes, Cante, Toque y Baile, son interdisciplinares pero sin obviar sus posibilidades de volar en solitario. Se puede cantar a “palo seco” (sin acompañamiento de guitarra); se puede tocar la sonanta sin acompañar al Cante (guitarra de Concierto) y, esto es algo más complicado, se puede bailar sin más acompañamiento que el eco del taconeo. El Cante –la verdadera raíz del Arte Jondo- está desde hace ya algunos años perfectamente configurado. Pocas aportaciones en lo sustancial se le puede añadir y, el mejor legado que pueden aportarle los cantaores contemporáneos es no desvirtuar la hermosa herencia recibida. El Cante tiene una estructura sonora modelada a lo largo de un par de siglos que, como ocurre con la denominación de origen en los vinos, se encuentra armoniosa y perfectamente delimitada por sus raíces. Por tanto, ¿caemos en contradicción si después de está meditada afirmación hablamos de permanente evolución en el Flamenco? Para nada. Innovar no es revertir unos cantes para que, a su escucha, nadie –me refiero a aficionados al Flamenco- sea capaz de distinguir lo que se le ofrece. La evolución en el Cante siempre será una cuestión colateral que dimana de las formas y nunca del fondo. No aprovechar los sustanciosos elementos escénicos que se le ofrecen al Baile flamenco sería una barbaridad. Frenar la capacidad creativa del Mundo de la guitarra sería como ponerle puertas al campo. Pretender que los cantaores sean solamente miméticas comparsas, encadenados a la herencia sonora recibida, es como querer atar el viento con las sogas de los pozos. Morente, el recordado y llorado Enrique Morente, marcó unas pautas innegociables de ligazón entre clasicismo y vanguardia. Hay alguna parte de sus últimas grabaciones ciertamente discutible pero a los artistas –y de este calibre no digamos- se les debe medir por el conjunto de su obra. Todo queda fundamentado en la aportación a la disciplina que practican (o practicaron). Da lo mismo que sea en una Peña en Jerez; un Festival en Puente Genil o una actuación en el Olimpia de París que sí, una Solea de Alcalá, no sabe a pan recién hecho y a Mairena de hermosos naranjales, estamos desnaturalizando el origen de las cosas. El Flamenco es una música del alma y siempre, rotundamente siempre, debe prevalecer el fondo sobre las formas. Conmueve por su descarnado mensaje de gozo y pena y, nos sitúa en las antípodas de lo insustancial y banalmente humano. Crear, innovar y conseguir que este Arte parido y amamantado en la Baja Andalucía siga creciendo se nos antoja fundamental. La pureza en cualquier expresión artística, y en el Flamenco ni les cuento, no existe. Hasta el agua de la lluvia cuando besa el suelo ya llega contaminada por el aire que atraviesa. Existe, eso si, el clasicismo que dimana de lo secularmente insuperable. Reconozco sin ambages que después de escuchar algún “cante” de alguna grabación recibida recientemente, tengo que mirar el reverso del CD para saber que puñetas acabo de escuchar. La mejor manera de no confundirnos es no hacerlo nosotros con los demás. Que hoy no se canta, para lo bueno y lo malo, como hace cincuenta años es rotundamente cierto.
Pero, insisto, hablamos de elementos estéticos colaterales y nunca de la raíz de los cantes a desarrollar. Si los “Tangos del Titi” no saben a Triana y no nos recuerdan a Naranjito y a Camarón apaga y vámonos.
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