“Queda una sombra fresca de velas virginales
En las casas partidas por el rayo
Y lo que no recuerdo me hace señas lejanas
Hasta que resucite cuando doble una esquina”
- Julia Uceda -
El Casco Antiguo de Sevilla se nos configura como el más amplio y hermoso de la vieja Europa. Fundamentalmente, por el admirable estado en que se encuentran su deslumbrante caserío señorial. Casas muy bien conservadas gracias al empeño y el dinero de sus dueños, sabiendo guardar escrupulosamente su idiosincrasia sevillana. Paseo a diario por los laberintos urbanos del Centro de la Ciudad y raro es el día que no me encuentro una casa digna de alabanza. Casas de puertas abiertas con zaguanes deslumbrantes y cancelas que dejan vislumbrar floridos y cuidados patios. Sus fachadas están inmaculadas aunque siempre a merced de algún “pintamonas” con ínfulas de falso grafitero. La quietud de los siglos duerme en ellas placenteramente ajenas a un mundo de falso modernismo. Silenciosas de ruidos y sones sin más música que el trinar de algún canario enjaulado. Parecen deshabitadas aunque algunas veces vemos fugazmente a sus, para mí, envidiados moradores. Existen dos en las postrimerías de Santa María la Blanca que me parecen realmente excepcionales. Una, es el número 39 de la calle Mateos Gago. Pintada en su fachada e interior de un ocre matizado y con unas reminiscencias de ultramar verdaderamente apasionantes. Esta casa sabe a cacao y café. A marinería y escorbuto. A tabaco e indiano. A Casa de Lonja y Cante de ida y vuelta. La otra es el número 30 de la calle Ximénez de Enciso (esquina con Fabiola) y en ella está dicho todo lo que secularmente representa el caserío señorial sevillano. Así lo atestiguan el mármol de carrara de su zaguán y patio. Sus incomparables azulejos ¿trianeros? La hábilmente modelada cerrajería artística de su cancela. Los yesos formando arabescos en su entrada y su frondoso patio con una hermosa preponderancia del “verde que te quiero verde”. Todo un canto a la belleza estética del buen gusto sevillano. Difícil, muy difícil, resulta que a cualquier hora del día que pases por allí no haya un par de turistas extasiados y fotografiando esta maravilla de casa. Siempre está inmaculadamente limpia y nunca en mis paseos por allí conseguí atrapar algún indicio de estar habitada. Nuestro caserío señorial y sevillano está plagado de este tipo de casas, donde el tiempo se detiene y nos introduce en un mágico mundo de misterios ocultos. Los niños de los “corrales”, que utilizábamos nuestra fértil y necesaria capacidad de soñar, imaginábamos que en su interior existían arcones con tesoros traídos de ultramar. Es digno de encomio que sus dueños y/o moradores las mantengan en perfecto estado de revista para disfrute de propios y extraños. Cuando se derriba una casa señorial están derribando un trozo nada desdeñable del alma de la Ciudad. Sevilla se ha convertido en una Ciudad excesivamente ruidosa (ahora menos por la desaparición de las interminables y repetitivas obras callejeras). Todo habitáculo donde se priorice la belleza estética y el sentido de la ética reflexiva deber ser motivo de gozo y alegría. Los sonidos del silencio impartiendo su lección de siglos por las casas señoriales del Casco Antiguo de la Ciudad.
Ellas son un ejemplo imperecedero de que Sevilla tuvo alguna vez una impagable belleza urbana donde, a la postre, se miraron muchas ciudades europeas. Casas señoriales sevillanas o, lo que es lo mismo, residuos gloriosos de una burguesía ilustrada que le dio gloria y fama a la Ciudad. Lo siento por Marx pero hoy ya no quedan ni burgueses ni proletarios. Ni en Sevilla ni en el quinto….
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