No me atrevería a decir que corren malos tiempos para casi todo y, por
extensión, para casi todos. Estoy
convencido de que todo depende de la percepción que se tenga de la vida, las
circunstancias y las expectativas que
cada uno se haya creado. Te miras cada mañana en el espejo y vas descubriendo
lentamente como el paso de los días va
cumpliendo su implacable labor de irreversible deterioro. Observas
como el pelo –sobre todo al cortártelo-
cada día se blanquea un poco más. A la par que se te achican los ojos se
te agrandan las ojeras. Llamar piernas a ese par de canillas blancas que te
secas después de ducharte es una pura entelequia. Empiezas poco a poco a ser la
antitesis de eso que hoy se llama un Metrosexual (obviemos por pudor la
situación de los “países bajos”). Mientras no aparezcan los achaques y estos se
transformen en cuentas en la farmacia vamos asimilando como podemos este
estropicio existencial. A nivel afectivo
la vida me ha tratado –y me trata- de bien para arriba. ¿Puedo entonces considerarme una persona
feliz? No por dos razones fundamentales:
la percepción solidaria de las atrocidades que padecen millones de seres indefensos
y, esto a titulo personal, la falta de referencias diarias a efectos intelectuales
y morales. Siempre he considerado que la felicidad se recibe –y se da- en
porciones como los quesitos de “El Caserío”. Me muevo a niveles razonablemente
cercanos con personas bondadosas –buena gente en definitiva- pero carentes de
cualquier tipo de inquietudes. Me
gustaría conseguir cada día al acostarme sumar algunas cosas que han sido
referentes imprescindibles durante toda mi vida. Primero, comprobar que vives
en un país donde impera la decencia. Después, escuchar dos o tres conceptos
inteligentes que me hagan pensar y poder ser escuchado, al menos durante un
minuto, sin interrupción por cualquiera de mis diarios interlocutores. Al final, comprobar que las sociedades avanzan
cuando la pobreza le gana definitivamente la partida a la riqueza. No hay
manera. La decencia cada día es más difícil de encontrar y los ricos aumentan a
la par que lo hacen los pobres. Nadie es capaz de permanecer callado un par de
minutos mientras otra persona esté hablando. Estamos inmersos en una etapa
convulsa donde ya nadie escucha a nadie. Todo el mundo quiere y pretende largar
“su rollo” de corrido. Refiero sobre el
particular una anécdota que me ocurrió hace tan solo un par de días. Estaba
tomando tranquilamente café donde lo hago habitualmente cada mañana. Sale
cantando en la televisión Miguel Poveda y un par de tertulianos mañaneros
–buenas personas por cierto- establecen el siguiente dialogo:
--- Anda que no canta bien el
chaval ese- dice uno.
--- Tela marinera, un
fenómeno- contesta el otro.
--- Este nació en Utrera- dice
el primero con firmeza.
--- Anda ya hombre, si este ha
nacío en Triana- contesta rotundo el segundo.
Interviene un tercer tertuliano para ampliar con “certeza” la tesis
trianera del nacimiento de Poveda. Dice
el agregado con total rotundidad: “Nació
en Triana pues mi cuñao era compañero del padre en la Hispano-Aviación
en la calle San Jacinto. Además su madre trabajaba de taquillera en el Cine
Emperador”. ¡Tira milla Miguelito que vienen curvas!
Intento sin éxito que me dejen hablar un momento pero continúan los dos-
ahora tres- enzarzados y hablando a la vez.
Me hubiera gustado explicarles –sin ánimo de petulancia- donde nació
Miguel Poveda (Barcelona, pero se crió en Badalona). Su nombre completo (Miguel
Ángel Poveda León). Su fecha de nacimiento (13-febrero-1973) Sus comienzos por
las peñas flamencas de Cataluña (tenía quince años de edad). El año cuando en
el “Festival de las Minas de La
Unión” conquistó la “Lámpara Minera” y todos los primeros
premios de los demás estilos a los que se presentó (1993). Cuantos discos
componen su discografía (en la considerada oficial son doce)………
No hubo manera, pues ellos seguían a lo suyo y yo como un carajote
integral levantando la mano a ver si el moderador –el tabernero- me daba la
oportunidad de intervenir.
Eso es lo que hay. Ni prestamos
nuestros oídos a cosas que nos ilustren ni nos dan la más minima oportunidad de
poder ilustrar a los demás. Todo se reduce,
a que engañarnos, a un diálogo de membrillos reconducidos hacia la nada. Los medios (fundamentalmente la televisión)
nos han hurtado la capacidad de aprender a debatir con respeto y escuchar
civilizadamente las opiniones ajenas. Hoy, lamentablemente, ya no somos alumnos
de nada ni de nadie. Estamos absorbidos por nuestra incapacidad para seguir
aprendiendo cada día. Lo triste es que
nunca habrá un buen maestro donde antes no hubo un buen alumno. No se si podemos pero en realidad….¿queremos?
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