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La Puerta entreabierta
Desde que
me liberé de mis obligaciones laborales y profesionales suelo visitar con
bastante frecuencia la Iglesia
de San Nicolás de Bari. Allí se casaron
mis padres y allí fuimos bautizados mis hermanos y yo. Allí de niño tuve la imborrable
sensación de salir a la calle por primera vez revestido con una tunica de
nazareno de la
Candelaria. Todo un
cúmulo de sensaciones y emociones que sin caer en las redes de la nostalgia
determinan de donde vengo y lo que hoy pueda ser. Mis padres vivieron durante sesenta años a cien metros de San Nicolás (de hecho
mi padre cuando cantaba flamenco era conocido en Sevilla por “El Niño de San
Nicolás”) y yo residí por ese querido entorno durante la mitad de mi vida. Los
lunes de cada semana es el día grande en San Nicolás. Acuden de manera
fervorosa personas de distintas edades y de distinta condición social. Una
amalgama de sentimientos que solo se explican participando activamente de los
mismos. Compruebo la fidelidad en las visitas de algunas personas de avanzada
edad. Llegan caminando a duras penas y se sientan en los bancos con la placidez
que determina el llegar a buen puerto.
Los veo reflexivos y absortos dando gracias al Señor de la Salud y a la Candelaria por estar
allí un lunes más y quedarles un lunes menos para estar con Ellos
definitivamente. Saben con certeza que
están cubriendo el “cominito” del epílogo de sus vidas y que ya tienen
entreabierta las puertas de los cielos.
Llegan a San Nicolás y se sientan placidamente en un banco. Permanecen
allí un buen rato en el más absoluto de los recogimientos y se despiden de la Candelaria con un:
“Hasta el lunes que viene si Tú y Tu Hijo queréis”. Cada una de estas personas tendrá una
historia que siempre será, por ser la suya, personal e intransferible. Almas
candelarias en busca de la verdad de la vida y las cosas. El antídoto
existencial que les proporciona los lunes de San Nicolás les resulta tan
necesario como el aire que respiran. Las
miro de soslayo y algunas me saludan con una leve sonrisa y parecen decirme:
“Aquí estamos un lunes más y así será hasta que Ellos quieran”. Saben que dentro de San Nicolás tienen la Rosa y el Clavel y fuera les
aguardan algunas espinas. La vida
enredada entre la fe y las vicisitudes de lo cotidiano. Esperan, sin prisas, el
poder ver algún día una Candelaria sonriente sin lágrimas en la cara y a un
Jesús despojado de su cruz sentado a la derecha del Padre. La Puerta entreabierta les
espera al final de la escalera de la vida. Un leve empujón y puede que ya todo
empiece a tener sentido. Mientras, a dilatar cuanto se pueda la dulce
espera. Si les quitamos su fe los
dejamos convertidos, sin más, en cuerpos errantes llenos de achaques. Creen, a
pie juntillas, que la puerta entreabierta siempre les estará esperando. Ver a
estas personas cada lunes es un nuevo acicate para seguir creyendo. Todo
gozosamente reducido a la puerta entreabierta de los lunes por San Nicolás.
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