A pesar de que el pasado año juraron y perjuraron que nunca más
volverían a reunirse en Nochebuena este año –posiblemente por última vez – lo
harían de nuevo. Todos coincidían que lo hacían para no disgustar a su madre.
Una señora con noventa y dos años de edad y con un proceso de demencia senil
muy avanzado. Eran cuatro hermanos a los
que merece la pena desglosar por riguroso orden de antigüedad (edad).
José María, el mayor. Un delineante jubilado procedente de CASA. Casado
con Araceli oriunda de Alcalá de los Panaderos y adicta incombustible a la
tele-basura, las cremas adelgazantes y las rebajas. Tienen dos hijos varones de
treinta y treinta cinco años de edad respectivamente
(Paco y José Mari llevan muchos años parados y se resisten a perder la
antigüedad). Entres las grandes
aficiones de José María figuraban la pesca, el fútbol y llevarle la contraria a
todo el mundo.
María del Mar, funcionaria del
Ayuntamiento de Sevilla y a pocos meses de la jubilación. Casada en segundas
nupcias con un bombero del Aljarafe. El idilio con su primer marido terminó
cuando lo pilló en la cama con un empleado de la Plaza de Toros que a la
sazón era su vecino de enfrente. A Marimar le abrieron de par en par la Puerta del Príncipe. Tuvo una hija de veinticinco años de su primer
marido y un niño de doce del segundo. Se considera una persona poco realizada y
a la que la vida no ha tratado como ella se merecía.
Juan Ignacio, emprendedor de empresas de todo tipo que invariablemente,
más pronto que tarde, terminan cerrando. Siempre acaba debiéndoles dinero a sus
empleados y con el número de un nuevo expediente en los juzgados. Casado con
María del Pilar una mujer de familia burguesa venida a menos y con ínfulas de
grandeza. Tienen dos hijos varones gemelos y sumando entre ambos los cincuenta
años de edad. Mantiene aficiones elitistas como el golf para poder seguir
codeándose con políticos y banqueros. Ha sido imputado en las trama de los EREs
siendo requerido en tres ocasiones para ir a declarar (evidentemente se acoge a
su derecho de no hacerlo. ¡Faltaría más!).
Trinidad, la menor. Es abogada laboralista con despacho asociado en el
Barrio del Porvenir. Vive con Javier, su actual pareja, un Profesor de Música
del Conservatorio de Sevilla. Tienen una niña adoptada de nueve años de edad.
Se considera progresista y cualquier atadura le resulta sumamente incomoda.
Tiene como aficiones el cine, el teatro, los libros de ensayos y los recitales
de Joaquín Sabina. Lleva su inconformismo al extremo de discutir sola con su
espejo cada mañana. Mantiene en la
actualidad una duda existencial de si casarse con Javi o si será mejor separarse
de él. Ser o no ser en clave de Libro de
Familia.
El escenario donde piensan pasar la Nochebuena es en la
casa de su viuda madre situada en la vecina localidad de Castilleja de la Cuesta. Allí pasaron
en buena armonía una gran parte de su infancia y juventud hasta que los
intereses terminaron por enfrentarlos. Todos confiaban en la herencia paterna y
todos al final se sintieron defraudados. “El “viejo” los conocía y no se fiaba
de ninguno de ellos.
Consideraban el reparto poco
equitativo y nada acorde con los méritos contraídos por cada uno. La pela es la pela que dirían
por tierras del ya poco “Honorable”. Poderoso caballero es don dinero.
Desconfiaban unos de otros y cada
uno pensaba que los demás habían influido interesadamente en los últimos años
del “viejo” cuando su cabeza ya no le regía de manera razonable. Incluso había
sido beneficiaria de una pequeña parte de la herencia Herminia una señora del
pueblo que llevaba muchos años cuidándolos y que ahora se encargaba de su
anciana madre. Precisamente ella y su marido son los encargados de preparar la
cena de Nochebuena que, evidentemente, pagará en su totalidad la desmemoriada
anciana.
A pesar de que en el ambiente flotaba un cierto aire de “ojanas”
compartidas es justo reconocer que la comida navideña transcurrió dentro de
unos cauces donde primaba la amabilidad y el civismo. Hasta Juan Ignacio se
permitió la licencia de contar algunos chistes tan superconocidos como
groseros. Estaban todos, hijos, yernos, nueras y nietos exceptuando a la “niña”
de María del Mar. Había justificado su ausencia con una excusa que no convenció
ni a sus propios padres. Ella a la postre (mejor a los postres) iba a ser la
desencadenante del tsunami que se avecinaba.
Descorcharon tres botellas de champán y José María, el mayor, levantó de
la mesa a su madre y le puso en la mano derecha una copa de cristal de bohemia
con un buchito de champán francés. Dijo sintiéndose importante y solemne por un
momento: “Vamos a brindar por toda nuestra familia. Mamá ya puedes levantar tu
copa”. El comentario que hizo a
continuación Trini fue el desencadenante de la “tragedia”. Dijo textualmente:
“Bueno toda la familia no que falta Natalia que ha preferido pasar la Nochebuena con sus
amigos antes que con su abuela”. A partir de ese momento el Desembarco de
Normandía fue, comparado con la que se lió, una excursión dominguera a la playa
de Mazagón con Hermandades del Trabajo. Salieron a relucir toda una batería de
mutuos reproches donde el “y tu más” se adueñó de la estancia. Nadie se quedó
nada en el tintero y, como era de temer, de las palabras se pasaron a los
hechos. Volaron por los aires fuentes
con restos de chacina variada de aristocráticos cochinos; platos a medio comer
de ensaladilla rusa, gambas y langostinos. El caviar, única aportación de Juan
Ignacio a la cena, terminó estampado contra las cortinas del salón. El cristal
de bohemia de las copas hecho añicos buscaba acomodo entre los flecos de la
enorme alfombra del comedor. De las lágrimas de la lámpara de cristal del salón
prendían trozos de tarta de frambuesa. Herminia y su marido, a duras penas,
pusieron a buen recaudo a la anciana propietaria de la casa y matriarca de
aquella jauría de lobos. En la tele de plasma del salón Raphael cantaba por
enésima vez “El pequeño tamborilero” que, a buen seguro, estaría hasta los
huevos de tanto redoble anual. Avisada la policía por los vecinos ante el
estruendo de aquella batalla hogareña se personaron en el lugar y procedieron a
la detención de los allí concurrentes. Terminaron todos prestando declaración
en la Comisaría
sevillana de la Avenida
de Blas Infante. A esa misma hora en un humilde pesebre nacía un niño redentor
con la noble y única misión de que los humanos se amarán los unos a los otros. Al
final los humanos le “premiaron” sus esfuerzos conciliadores clavándolo en una
cruz en todo lo alto de un monte. Para unos la historia interminable fue una
lección de dignidad y bondad; para otros, que con martillos y clavos se puede
clavar a cualquiera en una cruz.
En ese momento, en una Residencia
de Ancianos de la ciudad de Ohio, un anciano solo y meditabundo abre la ventana
de su cuarto para sentir en su cara la nieve que está cayendo. Necesita
sentirse vivo. Mientras mira hacia el cielo escucha en su antiguo tocadiscos, testigo
de tiempos mejores, “Blanca Navidad” de Bing Crosby. Esa Navidad por Castilleja
se repartieron tortas y no precisamente de “las legitimas y acreditadas de Inés
Rosales”. Pese a todo…Noche de Paz es –o
debía ser- una Noche de Amor.
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