A Fali Fernández desde los
espacios y afectos compartidos.
A la sevillana Plaza de la
Alfalfa no se llega sino que se desemboca. Desde la Puerta Carmona a
través de la calle Águilas y desde la Judería por la de Candilejo. Cuando la cruzas terminas irremediablemente
cayendo en los brazos de la
Alcaicería de la Loza.
Esta Plaza tan fuerte
y sentimentalmente unida a mi ayer, al hoy y espero que al mañana es un sitio
de paso de gente errante y presurosa. Buscan
a golpe de pequeños y tradicionales comercios la anchura de la Plaza del Salvador. En la Alfalfa de mi infancia
siempre tendrá un lugar preferente el Mercadillo dominguero de pájaros y sus
correspondientes y curiosos accesorios (en su última etapa se vendían toda clase
de animales. Por ahí se empezó a cimentar su triste final). Un mundo pajarero perdido, como tantas
tradiciones sevillanas, que solía visitar cada domingo acompañado de mi padre y
mi tío Antonio. La Espartería
cuyo dueño era el padre del torero Manuel García Cuesta “El Espartero” (uno de
los toreros más valientes de toda la Historia de la Tauromaquia. Cuando
tenía tan solo veintinueve años de edad lo mató un toro en Madrid) y la Droguería, de olores a
alcanfor, eran sitios frecuentados en mi noble condición de eficaz mandaero.
Interesantísima resulta la
Historia de la
Alfalfa como para pretender abarcarla en estas breves líneas.
A través de Internet se puede conseguir una valiosa y veraz información. Me
interesa fundamentalmente la parte sentimental que para mí tiene este mágico
entorno. La Plaza
de la Alfalfa
se viste de gala y disfruta de su día grande cuando pasa La Candelaria. Cada Martes Santo, si es que el tiempo lo permite, la veo pasar desde
allí y me doy cuenta que a la par que yo cumplo años Ella los descumple. Llega
y se aleja deslumbrante y llenando de sentimientos compartidos el aire de la
tarde. Allí se nos fue un costalero del Cristo de la Salud de San Bernardo
llamado José Portal Navarro. Portaba al Hijo de Dios sobre sus hombros y la Plaza de la Alfalfa lo hizo ya su
eterno vecino. Confiando en mi –mala-
memoria creo recordar que en la actualidad hay en la Alfalfa un Horno (el de
San Buenaventura que se configura como el obrador más antiguo de Europa),
cuatro bares, una carnicería, una antigua espartería (hoy Persianas Alfalfa),
una farmacia, una óptica, una zapatería, un kiosco de prensa, una floristería y
un estanco. Un azulejo recuerda al eterno costalero José Portal Navarro y otro
a Roció Vega Farfán “La Niña
de la Alfalfa”.
Noble sudor de costal, cante hecho oración y lágrimas vertidas por los caídos
en la batalla. Todo, absolutamente todo, al sevillano modo. Actualmente de
nuevo la Alfalfa
tiene vida, mucha vida. Las tardes de
primavera se llenan de niños jugando y de jóvenes madres charlando de lo divino
y lo humano. Los veladores de los bares y la dedicación que ponen sus dueños en
la limpieza le dan a la Plaza un cierto aire de
libertades compartidas (cosa bien distinta es la “Movida” nocturna” donde dejan
las calles convertidas en estercoles y les hurtan a sus vecinos su derecho al
descanso y al sosiego). Pronto empezarán
los días su recuento en el calendario sentimental de la Ciudad.
Llegará otro Martes Santo y Ella pasará de nuevo por la Plaza de la Alfalfa esplendorosamente
revestida de azul y plata. “Pasa la vida igual que pasa la corriente….” Espero seguir cruzando esta Plaza durante
algunos años más. La Plaza, mi Plaza de la Alfalfa.
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