El último tramo existencial del Rey Emérito es un carrusel donde no dejan de subirse nuevos elementos negativos. Fotos y datos ciertamente comprometedores que ensombrecen cada día que pasa su figura política y lo sitúan cada vez más cerca del vertedero de la Historia. Cualquier personaje histórico ha sido y será un compendio de luces y sombras. El tiempo, juez inapelable de casi todo, siempre establecerá si la balanza se inclina hacia la claridad o hacia su antípoda la oscuridad. Este hombre criado para la gobernanza y manipulado para la obediencia ideológica es un caso singular en el panorama político español. Negarle su papel, extraordinario papel, en la hoy discutida (¿) Transición Española es, aparte de injusto, una lectura sectaria y dogmática de parte y parte de algunos republicanos de pacotilla. Se hizo famosa en amplios sectores de la izquierda la frase de: “Yo no soy monárquico; soy juancarlista” (dixit Santiago Carrillo). Su problema, su sempiterno problema, siempre fue no saber dejar quieto el “péndulo de Foucault”. La ancestral desazón borbónica de los Países Bajos. Era un clamor popular las “andanzas” del caballero motorizado. Como también lo era el pacto de silencio acordado entre partidos políticos y medios de comunicación. Cuéntale a un español un secreto con el ruego de que no lo divulgue y, en pocas horas, lo estará expandiendo con un megáfono en lo alto de un campanario. Está demostrado que “los intocables” siempre terminan tocados por la Historia. A su pesar se ha convertido con el tiempo en un personaje berlanguiano que representa a una España cañí que se niega a desaparecer en brazos de la modernidad. Un español que ya no es del ayer ni del mañana sino una fruta vana. Siempre vivió rodeado de asesores que le marcaban el camino a seguir y le establecían las pautas correspondientes. Hoy, cuando a algunos políticos se les cualifica en función de ser “buena gente” (por encima de su nefasta gestión), el Rey Emérito se lleva la palma de una bondad empatizada y asumida por el pueblo. Este hombre siempre se caracterizó por ser una buena persona y, personalmente, siempre mostré (como millones de españoles) hacia él una sincera empatía. Afortunadamente su hijo, el Rey Felipe VI, está marcando unas coordenadas radicalmente opuestas a las de su padre. Siempre me pareció mezquino hacer leña del árbol caído. Este Rey, este hombre, esta persona, va cubriendo como buenamente puede su ultimo tramo existencial. Caminando a duras penas apoyado en su bastón entre las criticas de muchos y la magnificencia que le proclaman unos pocos aduladores. Quiso picar en muchos rosales y al final una abeja alemana le terminó picando a él. Ahora, nuestro Méjico lindo y querido, le niega a su hijo la invitación a la boda de una mejicana con el Poder. Quieren que pida perdón por lo ocurrido hace 500 años con los indígenas. Es una forma algo burda de esquivar el como tratan allí actualmente a los indígena. ¿Se hubieran atrevido hacerle esta afrenta institucional al Rey Juan Carlos¿ ¿Hubieran obviado el alto predicamento que el Rey Emérito tenia en los países sudamericanos más democráticos? La respuesta está en una ranchera que lanza a los vientos de los mares el gran Vicente Fernández. “No tengo trono ni reina / Ni nadie que me comprenda / Pero sigo siendo el rey”
martes, 8 de octubre de 2024
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