Mi infancia transcurrió en unas condiciones sociales verdaderamente difíciles. Aunque gracias al ímprobo sacrificio de mis padres nunca pasamos necesidades extremas. Resultaba desolador los casos de miseria que nos rodeaba por todo el entorno social. Se hacia verdad aquello de que los ricos son todos iguales a su manera; mientras que los pobres son desiguales en función del carácter de su pobreza. Aquello era una escuela de pura supervivencia pos-Guerra Civil y una ejemplar lección de practicas humanitarias. Todo quedaba complementado con un sano ejercicio de gracia sevillana. Allí los que no tenían muchas ocasiones de abrir la boca para comer si lo hacían para reírse con las muchas situaciones surrealista que se producían. Mi madre tenia una memoria prodigiosa y antes de fallecer (a los ¡98! años de edad) pude grabarla más de 20 horas de productivas conversaciones. Allí con una habilidad analítica prodigiosa me contaba con todo lujo de detalles los gozos y penas de la gente de nuestro Corral de vecinos. Suelo escuchar las cintas con mucha frecuencia y en la actualidad ya tengo transcritas en el ordenador una parte considerable de las mismas. Es gratificante como en un clima de supervivencia tan duro la gracia sevillana se nos mostraba como un halo de luz. Valga como muestra un botón. Había un vecino muy singular. Bajito, rechoncho y muy callado. Siempre iba vestido con un mono azul y se cubría la cabeza con una boina. Trabajaba en un taller de la Alameda donde construían y reparaban toneles para las bodegas. Siempre volvía del trabajo trastabillándose y con claros síntomas de haber tenido un romance con el dios Baco. Un día estábamos sentados al fresco con mi padre cuando lo vimos llegar. Mi hermano le preguntó a mi padre: “Papá, ¿este hombre porque viene to los días borracho?”. A lo que mi padre le respondió: “Es muy fácil, cuando repara un barril lo llena de vino y se mete dentro pa ver si se sale”. El más fiel testimonio de esta gracia sevillana se nos evaporó con la desaparición del gran Paco Gandía. Este no hacia otra cosa que pegar la hebra en los Corrales de vecinos y en los Mercados de Abastos. Hoy el humor (al que suelen llamar inteligente) no es más que una sarta de chistes obscenos y un permanente desprecio al buen gusto. Sevilla, esa Sevilla de mi infancia y juventud, ya forma parte de los paraísos perdidos. Era una época dura, muy dura, pero en clave humanitaria enormemente enriquecedora. ¿Necesidades? Todas las que se puedan imaginar. ¿Humanidad? Toda la que cabe en un manual de supervivencia. ¿Gracia sevillana? Para dar y exportar. Los pasados días en mi visita semanal a Triana pude comprobar que todavía subsisten algunos vestigios de esta gracia sin parangón . En la puerta del Mercado que da a la calle Castilla estaba pidiendo un indigente de los pocos autóctonos que le quedan a Sevilla (aunque las extremas necesidades no entienden de razas, ideologías ni fronteras). Estaba sentado en el suelo fumándose tranquilamente un pitillo. Entre las piernas sostenía un cartel con una caligrafía excelente que decía: “Por favor solo se aceptan limosnas en efectivo. No se acepta tarjeta ni kilos de garbanzos”. El surrealismo impregnado de gracia sevillana.
viernes, 25 de octubre de 2024
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