La vida te depara sorpresas que difícilmente puedes prever y mucho
menos imaginar. Era un día del pasado Enero
y compartíamos amigable charla algunos de los asiduos de la Iglesia sevillana de San
Nicolás de Bari. Allí estaba departiendo, sobre lo divino y lo humano con el
bueno de Baldomero. Era un día del
Triduo en honor a la Virgen
de la Candelaria. Ella estaba radiante
presidiendo el Altar Mayor y nosotros, a pesar de nuestra charla, no parábamos
de mirarla de reojo. De pronto entra en la Iglesia una señora que, a la postre, me dejaría
escrito ella sola este “Toma de Horas”.
Su edad debía estar cercana a los ochenta años pero su porte, aparte de
majestuoso, era indefinido. Vestía ropa de corte modernista y los colores de su
ropa estaban perfectamente armonizados.
Ni moderna ni clásica sino todo lo contrario. Era delgada y de aspecto
tan firme como las cercanas columnas de la calle Mármoles. Sus ojos verdes
esmeralda eran un claro testimonio de que “quien tuvo retuvo”. Se dirigió a nosotros de forma inconexa y nos
miramos perplejos asumiendo que nos encontrábamos ante otra persona vencida por
la sinrazón. Nada más lejos de la realidad. Se queda mirando hacia la Candelaria y nos plantea
la siguiente reflexión: “No tiene sentido que la Iglesia tenga ahora mismo
encendida tantas luces y velas” ¿No os
dais cuenta que aquí basta y sobra con la luz que desprende la Candelaria ? Cuando aún estamos dudando que contestar a
esta clarividente señora se dirige hacia el pasillo central y se sitúa a
escasos metros de la Candelaria. Se persigna y entona de
manera magistral el “Ave María” de Shubert. Lo canta sin olvidarse de una sola nota y nos
quedamos mudos ante tanta belleza sonora.
Después de terminar vuelve a persignarse y se despide de nosotros con
un: “Que Ella vele por todos nosotros”. Que más puede uno decir. Si acaso,
admirada y desconocida Señora, solo me resta decirle: ¡Amen!
lunes, 3 de marzo de 2014
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