miércoles, 5 de marzo de 2014

Tren de cercanías





Volvía en el tren de cercanías desde Dos Hermanas después de efectuar la esperada y ansiada visita semanal a mis nietos. Era un viernes veintiuno del pasado mes de febrero. Al día siguiente se cumplían setenta y cinco años del fallecimiento de mi poeta de cabecera: Antonio Machado.  Sabía que a esa misma hora el Señor de la Salud de mi Hermandad de la Candelaria estaría en pleno Vía-Crucis por las queridas calles de mi feligresía (¡hermosa palabra!). No pude asistir a tan querido evento, y bien que lo sentí, pero uno desgraciadamente no tiene el don de la ubicuidad. La noche hacia no mucho que había cubierto las calles con su negro manto. En el tren no viajábamos más de seis o siete personas. Cada uno iba ensimismado a la suyo y sabiéndose al resguardo del frío exterior.  Mientras escuchaba placidamente a Dean Martin a través de los auriculares de un pequeño artilugio que me regaló mi hija Alicia (creo que se llama MP3) veo por  la ventanilla del tren una amalgama de luces proclives a la ensoñación. Nada hay más literario que un viaje en tren y siempre se me representa como un símbolo inequívoco del discurrir de la propia existencia: partida y llegada.  Alfa y Omega del trayecto existencial de los humanos. Es un viaje corto pero jugoso este que hago cada semana a Dos Hermanas y espero que Dios me permita hacerlo algunos años más. Las luces que veo en la distancia son variopintas. Son como ascuas de luz diseminadas sin un orden racional. Algunas, más lejanas, son de casitas salteadas en la ahora oscurecida campiña. Después veo otras, alineadas en formación piramidal, de los bloques de pisos cercanos al Hospital Virgen del Rocío. Las más cercanas, las de la vía contigua por donde avanza mi tren, son como gajos de naranjas candentes orientando la ruta del tren hacia su destino. De vez en cuando pasamos por encima de alguna carretera con su rosario de coches encendidos que, como luciérnagas de la noche, caminan presurosos hacia sus madrigueras. Te sientes bien, tremendamente bien, en esos momentos donde el alma se serena.  Son esos fragmentos de tiempo que te pertenecen íntegramente. Vivimos atrapados por la ansiedad de los problemas cotidianos y obviamos, con demasiada frecuencia, que en los pequeños gestos nos espera dormida la felicidad.  El tren nos lleva y nos trae y, lo más importante, nos deja el alma en duermevela.  Tren de cercanías hacia Dios sabe donde. La última y definitiva Estación siempre será una incógnita que nunca podremos despejar.

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