“Pero en un hilo se quebró el
portento
de las medidas justas y mortales
y tu vida perdióse en un lamento”
- Joaquín Romero Murube -
El día que nació no se sabe bien que planeta reinaría pero seguro que
era uno donde la pena mandaba en cada
rincón. Su infancia, más que recuerdos
de un patio de Sevilla, eran
recuerdos de un Patio de Cuadrillas.
Dicen que haciendo la “mili” en San
Fernando una gitana le leyó la buenaventura y al leer las primeras líneas
de la palma de su mano salió espantada sin querer coger siquiera la moneda que
le ofrecía. Su padre era arenero en la
Plaza de Toros de Sevilla y él soñaba
con pisar un día con un traje de luces la arena que su padre alisaba las tardes
de puros y claveles reventones. A base de revolcones en plazas de tercera fue
subiendo en el escalafón de los novilleros sevillanos. Era el mejor de su
generación. Él no lo sabía pero ya era una Siguiriya
andante en busca de su trágico destino. Un “Amargo” lorquiano vestido de color Burdeos y Azabache buscando
refugio en el capote de grana y oro de Juanita
Reina. Un muchacho buscando la
gloria para salir de la mediocridad del común de los mortales. Un esbozo de gran torero con planta de galán
de cine. Un fiel amigo de los toros enamorados de la luna y a los que el Fary les desabrochaba los botines cada
noche. Fue en la Plaza de Toros de…. donde se cumplió su
destino de hombre de mal bajío. Eran las
siete y media de la tarde de un caluroso mes de junio. Después de un sublime toreo de capa cogió los
trastos para iniciar la faena de muleta. La banda tocaba el pasodoble Nerva ante el silencio expectante de los
aficionados allí congregados. Aquello olía a tarde grande y a triunfo de los
que nunca nadie olvida. Empezó a torear
al natural ante los ¡oles! del
enfervorecido público. Citando de frente
y con los rayos del sol dándole en la cara no se percató de que el toro de su
alternativa, un cuatreño llamado “Quitamiedos”
de 516 kilos de peso, se le coló de
rondón. Notó una quemazón insoportable
cuando el pitón izquierdo le penetró por la axila. Ya poco más. Una carrera hacia la enfermería
de la Plaza con un runrún sobre su cabeza y una luz al
final de un túnel que lo llevaba en volandas desde la vida hacia la
muerte. Tenía veintidós años de edad y
cuatro el toro que lo mató. Su anunciado
mal bajío que un día hizo correr a una gitana en San Fernando había tomado
cartas de naturaleza. La fuerza del
destino jugando su truncada pareja de ases.
Juan Luis Franco – Lunes día 20 de Junio del 2016
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