Sin obviar que dentro de la mendicidad que pulula por nuestra Ciudad exista una “mafia” de perfil bajo
no es menos cierto la precaria vida de muchas de estas personas. No pocas veces
y aparte de unas monedillas también precisan una sonrisa o una palabra amable
para sentirse parte del mundo donde malviven.
Son vidas llevadas al limite de la desesperanza y en ellas queda
meridianamente demostrado que nadie está a salvo de las naufragios de la
existencia humana. Cada uno –como todos- tendrá su propia historia donde la
derrota aparece en toda su crudeza.
Algunos están sentados en el suelo junto a sus fieles caninos, sus pocas
pertenencias, un cartón que da testimonio de su pobreza, un vaso de plástico y,
en algunos casos, algún libro suelto. Ya
nada esperan salvo que la solidaridad no sea tan solo un verso disperso en el
poemario de la vida. Como afortunadamente cada día necesito menos cosas
materiales para vivir siempre llevo encima algunas monedillas y las reparto
entre algunos de ellos. Me paro un
momento y les comento cosas tan triviales como el tiempo y la cantidad de
turistas que tenemos en el Centro de la Ciudad. Convencido estoy que agradecen estas pequeñas charlas que los
atan a la cotidianidad de las cosas. Piden
para comer y comen para poder seguir viviendo.
Algunos ya son habituales en mi recorrido mañanero y sus sitios son
respetados por los demás indigentes.
Justificarnos con el latiguillo de que piden para alcohol y drogas o
comentar, de manera miserable e inmisericorde, que se vayan a pedir en sus
países de orígenes es remacharle los clavos al Cristo de nuestros
mayores. Es lógico suponer que cada una de estas personas tendrá una historia a
sus espaldas y, visto lo visto, el balance no puede ser más desolador. Son el
último eslabón de una cadena que nuestros políticos consiguen agrandar cada
día: la de la pobreza extrema. La vida
por los suelos.
Juan Luis Franco – Miércoles Día 15 de Marzo del 2017
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