El ejercicio de vivir lleva implícito una carga nada desdeñable de elementos complejos y contradictorios. Los famosos Digos y Diegos y, los no menos, Dimes y Diretes. Alguien dijo que todos tenemos tres personalidades: la que dicen los demás que poseemos; la que nosotros creemos tener y, la que disponemos en realidad. Cambiamos, para bien o para mal, a medida que los años van haciendo estragos sobre cuerpos, mentes y espíritus. Algunas veces el mirar hacia atrás nos produce una cierta sensación de vértigo. Insisto, nada que no forme parte del paso inapelable de los días. Vivir cansa (lo malo es que encima aburra) y, además, se termina uno desgastando como las suelas de los zapatos. Me aplicaré mi propia medicina en estos contradictorios menesteres vivenciales. En lo Flamenco soy un “caracolero” converso y confeso que cada día escucha más a Antonio Mairena. Ayer, un veinteañero subyugado por el necesario y justiciero fervor revolucionario; hoy, un sesentón asistente puntual de la dominguera misa de doce. Antes, un nazarenito candelario de blanco armiño; ahora, un solemne nazareno de ruán pasionario. Años ya, un juvenil pelotero de partidos interminables; actualmente, un teórico futbolero “menotista” de partidos televisados. Décadas atrás, un nieto conociendo la Ciudad cogido de la mano de su abuelo; ahora, un abuelo portando a su nieto por los senderos de los recuerdos y las emociones. En el pasado, un febril trabajador de jornadas interminables; en el presente, un pensionista buscando pausadamente el sosiego en exposiciones y museos. En el recuerdo un joven romántico enamorado de la luna; en la actualidad un hombre maduro (¿) escéptico y, todavía, con renovadas ilusiones. Antes no pensaba lo que hacia y ahora no hago lo que pienso. Inútil plantearse la gran interrogante del Universo: ¿Cuándo se es más feliz en el alocado ayer juvenil o en el remanso conformista de la madurez? Todo dependerá siempre del camino recorrido y los jirones de piel y alma dejados por los senderos. Dos cosas contrapuestas –o quizás no tanto- han permanecido invariables en mi todavía inacabado proyecto de hombre comprometido: mi secular e inveterada devoción poética hacia Antonio Machado y Luis Cernuda, y mis permanentes sufrimientos con el Betis. Todo lo demás –amoríos incluidos- ha sido sustancialmente alterado. Mis principios, eso si, permanecen siempre inalterables pues, contradiciendo a don Groucho, podría decir: “Estos son mis principios, si no le gustan lo siento pero, todavía al día de hoy, son irreductibles”. Cambiar en las formas es previsible y perceptible. Hacerlo en el fondo es traicionar a nuestros mayores y, lo que es peor, a nosotros mismos. Puedes cambiar de signo político (no es mi caso); de sentido de la espiritualidad (si es mi caso); de novia o esposa (en fin…); de forma de vestir o de amistades (por ahí andamos) y, ello no tiene que llevar implícito el abandono de tu sentido de la ética. La solidaridad; la decencia; la honradez; el civismo; las inquietudes; el esfuerzo y la bondad, son elementos consustanciales a tus verdaderas señas de identidad (por encima de posicionamientos ideológicos y/o postulados espirituales). Lo demás son accidentes encuadrados en los Dimes y Diretes y, los Digos y Diegos. Lo dicho”….se hace camino al andar”.
miércoles, 14 de marzo de 2012
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1 comentario:
¡¡¡Ojú compañero!!!fieles a si mismo cada día quedamos menos, somos un taco de raros. Más raro que, como dice el Moranco: macho macho.
Un abrazo
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